Según lo
señala la gran prensa bogotana, el presidente Santos va a aprovechar la visita
de Trump a Colombia para pedir apoyo al ingreso del país a la OCDE, y así
terminar el período realizando el sueño que este gobierno ha tenido por más de
cuatro años, en una expresión semejante a la del mamarracho Zabaleta, el ultimo
figurín del álbum “usted no sabe quién soy yo”, quien apareció en las redes en
fotos con los grandes personajes de la clase política, presumiendo sus
relaciones personales.
Sobre la
vinculación de Colombia a la OCDE, el único beneficiado es Santos, quien en el
escenario internacional se lucirá en foto con los poderosos de la economía
mundial y hará publicidad de que, gracias a él, el país ahora pertenece al club
de los ricos. Pero, lo más probable, es que con ello quede más encartado que
con el Premio Nobel de Paz, que ahora lo tiene dando tumbos en el gobierno para
demostrar falazmente a la comunidad internacional que se está cumplimiento el
acuerdo con las Farc, el cual, como lo hemos visto, ha sido incumplido en alto
porcentaje y principalmente en lo que se refiere al beneficio para el país como
es el punto 1 sobre el desarrollo rural.
Si le aceptan
el ingreso a la OCDE, Colombia quedará encartado para sostener la membresía cumpliendo
los requisitos de esa organización, ya que, a la fuerza, este gobierno ha
tratado de demostrar su cumplimiento, pero usando mecanismos postizos o
maquillando una realidad que no corresponde a los niveles propios de los socios
de ese organismo. Quienes están ahí es porque por naturaleza, están donde deben
estar; pero Colombia se estaría metiendo en el lugar equivocado.
Uno
de los componentes que la OCDE exige a sus miembros se refiere a la gestión
pública, que debe ser eficiente, eficaz y efectiva, al tenor del discurso
neoliberal que ese organismo multilateral profesa, requisito este que en
Colombia será muy difícil sostener, cuando aquí tenemos un Estado corrupto y un
sistema político que va en contravía de los principios de esa organización. La
administración pública en Colombia, que lleva más de un cuarto de siglo
atravesando un proceso de transformación desde el Estado Burocrático hacia el
Estado Gerencial, está en una situación de caos tan desproporcionada que no hay
claridad en la presencia ni de uno ni de otro; solo se aprecia el imperio del
clientelismo, la ineptitud y la corrupción en las altas esferas del gobierno en
Bogotá, desde donde parten las políticas públicas, que son todo lo contrario a
lo que pide la OCDE. Para esa organización, la democracia participativa es
importante y esta requiere de políticas públicas de abajo hacia arriba,
contrarias al centralismo bogotano que hoy tiene sometida la transformación del
Estado a los intereses de las grandes élites de poder, sin que las comunidades
territoriales puedan solucionar sus problemas y necesidades, porque los
funcionarios no llegan a los cargos a responder a la sociedad, sino a ver cómo
sacan beneficios personales. La gestión pública en Colombia será un requisito
que el país no podrá sostener mientras siga el actual régimen político, de modo
que la sostenibilidad en el largo plazo como miembro de la organización deja
muchas dudas, por lo cual su exclusión es inminente, desvaneciéndose así el
sueño de Santos que se convertirá en la ilusión de la OCDE.
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