Han
pasado ya más de 30 años desde que en Colombia se comenzó a hablar de la
descentralización, la cual se introdujo en el escenario institucional con el
argumento de que tendría muchos beneficios para la sociedad nacional, en razón
al acercamiento de la comunidad con el Estado y con ello el refresco para la
democracia y la mayor capacidad para el mejoramiento de las condiciones de
vida, que en lenguaje académico se llaman desarrollo.
Pero
desde que comenzó el presente siglo, surgieron las inquietudes e interrogantes
acerca de los resultados del proceso, cuyos beneficios no han sido claros y
menos aún contundentes, por lo que los académicos llegaron a la conclusión de
que la sola descentralización administrativa no es suficiente para arrojar
beneficios, sino se acompaña con la descentralización política y con ello el
fortalecimiento de la Democracia Participativa. Sin embargo, el país lo que
muestra es un recalcitrante centralismo político que concentra en la capital,
el más asfixiante núcleo de las decisiones, hasta el punto de que el
centralismo bogotano es una de las causas de la grave crisis institucional que
inunda al país y que no se puede ocultar.
Con
ello, entonces, surgieron las esperanzas de que algún día, el país tendría
mayor descentralización política, entendida esta como el empoderamiento de las
comunidades locales y municipales para diseñar y regir la construcción de su
propio futuro y en el marco de la democracia participativa, poder aplicar
métodos de gobernanza adecuados a la implementación del enfoque endógeno del
desarrollo. No obstante, lo que veníamos viendo era que cada vez, el DNP se
convertía en el principal enemigo de la descentralización y con métodos de
chantaje e infiltración, atacaba con más fuerza la autonomía municipal
consagrada en la Constitución Política.
Pero
ahora sí, le colocaron la tapa. El mal llamado Plan de Desarrollo denominado
“Pacto por Colombia, Pacto por la Equidad”, incluye en el Punto 16 el Pacto por
la Descentralización que, en lugar de fortalecer la descentralización política
como requiere el país, sale con un nuevo enfoque que, según dice, obedece al
paradigma impuesto por la OCDE y que tiene una connotación puramente
financierista, al mejor estilo neoliberal. La descentralización se refiere al
aumento de la generación de ingresos por parte de las entidades territoriales y
particularmente el municipio. Descentralización significa para el PND que los
alcaldes se dediquen a exprimir más a las comunidades municipales para aumentar
los ingresos de la entidad territorial. O sea que no basta con la exprimida que
pega la DIAN a las familias, sino que ahora también el municipio debe apretar
más las finanzas domésticas para, supuestamente, traer mejoramiento de las
condiciones de vida en las comunidades municipales.
Con
este enfoque, no solamente se apartan de la filosofía de la descentralización
que nos ofrecieron en los años ochenta, sino que distorsiona completamente la
teoría de la gestión pública y el enfoque de políticas públicas concordante con
los principios del desarrollo endógeno, por cuanto las fuentes de ingresos
municipales son limitadas y descansan, principalmente, en los gravámenes a la
propiedad de la tierra, lo que de por sí, ya está saturado, de modo que la
política de descentralización del PND se convierte verdaderamente en el horror
de la descentralización.