martes, 14 de mayo de 2019

SE REPITE LA HISTORIA


Las costumbres ancladas en la conciencia colectiva son asuntos tremendamente rígidos y aunque sean perjudiciales para la comunidad, se mantienen y de manera estacional, ocurren cada que las circunstancias repiten las condiciones, como se puede ver este año en la práctica política, donde, a pesar de que son criticadas y rechazadas por la opinión pública, vuelven y se realizan dentro del proceso electoral que se avecina.

No solo porque así lo establece la Ley 131 de 1994 llamada “Ley del Voto Programático”, sino también porque es concordante con la teoría gerencial de la administración pública, se supone que el día de las elecciones la ciudadanía escoge un programa de gobierno para que rija los procesos institucionales de los próximos cuatro años, por lo cual la parte trascendental del debate electoral se refiere al Programa de Gobierno que se debe inscribir en la Registraduría, conjuntamente con la candidatura. Pero, lo que se observa este año es que nuevamente, la campaña se concentra en las negociaciones y las componendas para escoger candidato, con el fin de luego mercadearlo con estrategias de marketing electoral como vendiendo una mercancía en el mercado, con la diferencia de que quien paga no es quien compra como en los productos, sino quien vende, para comprar la conciencia de los electores.

Si nos atenemos a los aspectos conceptuales de la gestión pública, el programa de gobierno se puede asimilar a un proyecto político; pues la legislación solo establece la obligatoriedad, pero no define ni detalla técnicamente su contenido. Por eso, en el pasado los candidatos se limitaban a cumplir el requisito legal de la inscripción, sin otorgarle la seriedad e importancia al objeto, muchas veces presentando un escrito cuyo contenido era un salpicón conceptual, dónde había un revuelto de objetivos, políticas, estrategias, proyectos, compromisos de campaña, posturas demagógicas y de todo como en botica, menos la esencia de un proyecto político.

Desconociendo la importancia del programa, el debate se concentra más en la persona que en la propuesta y la discusión, por lo general, se dedica a escudriñar el pasado del personaje para sacarle los cueros al sol, sin importar sus competencias para la gestión pública y mucho menos, el contenido de la propuesta. Así, se vota por una persona y no por un programa como considera el espíritu de la ley y la esencia de la democracia participativa. Claro que a eso se ha reducido la política colombiana, que hoy se encuentra polarizada entre dos personajes, que aglutinan a la ciudadanía alrededor de sus posturas en contra: de un lado los enemigos del uno y al otro lado, los enemigos del otro. Casi no hay partidarios sino antagónicos.

Mientras tanto, la comunidad a la expectativa, esperando a ver si de pronto estas próximas elecciones propician un cambio en las tendencias de las condiciones de vida, que en todos los territorios se están deteriorando como efecto del proceso que sufre el país, afectado por las políticas neoliberales de los gobiernos y las consecuencias del capitalismo global, que desde hace más de tres décadas, vienen concentrando la riqueza en unos pocos países y en unas pocas personas, dejando a las naciones subdesarrolladas sumidas en la desesperanza y afrontando los conflictos internos de todo orden como los de carácter político, que no muestran un cambio de tendencia, sino que por el contrario, como se está viendo en el proceso electoral de los territorios, siempre se repite la historia.   

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