Medir el
comportamiento de la economía a partir de las cifras del PIB no es el mejor
método. Al capitalismo internacional le interesa la tasa de crecimiento, que
muestra la verdad aparente con base en la teoría de los precios, esa que se
inventaron los marginalistas para contradecir a los clásicos, que distorsiona
la realidad sobre la creación de valor y la sostenibilidad del sistema, pero
que no muestra los verdaderos soportes de la economía en el largo plazo.
Recientemente y
para no ir muy lejos, el caso de Venezuela es un buen ejemplo: no es tanto por
la presencia de Maduro, como tratan de hacer creer los mercachifes de la
comunicación de los grandes medios bogotanos, que la inflación en ese país
tiene cifras escandalosas, sino por la estrechez de la oferta agregada que
impulsa hacia arriba los precios de los bienes y servicios. El país vecino
desde muchos años atrás, contando con la avalancha de dólares provenientes del
petróleo, no se preocupó por consolidar un aparato productivo capaz de responder
a los requerimientos de su propia demanda interna y se dedicó a importar la
gran mayoría de productos; hoy cuando le llegó la escasez de reservas
internacionales, no dispone con que pagar importaciones y lógicamente, la
oferta se ha contraído y los precios se han disparado.
Ahora en Colombia
vamos para allá, como consecuencia de la globalización y los TLC, según lo dijo
el mismo presidente la ANDI. No sólo por la difícil tarea de fortalecer las
empresas nacionales debido a la competencia extranjera, sino también porque las
multinacionales ya instaladas en el país se están marchando para atender el
mercado nacional desde sus plantas ubicadas en otro país que les ofrece mejores
garantías. Aquí, con el agravante de que las reservas internacionales en su
mayor porcentaje no es propio como producto de las exportaciones, sino que es
postizo por la llegada de flujos de dólares ajenos de capitalistas extranjeros.
El esquema se
repite a escala regional. Si los territorios no cuentan con un aparato
productivo sólido, no es posible pensar en el desarrollo endógeno sostenible.
Por eso es un reto para los gobiernos territoriales implementar estrategias que
promuevan o impulsen el fortalecimiento de la base económica mediante procesos
que dinamicen los sectores productivos. No obstante, en las propuestas de
campaña de los candidatos a gobernación, no se aprecia con claridad si
contemplan esta medida o si la pasan inadvertida. Los discursos son gaseosos,
en abstracto, más un cúmulo de sanas intenciones, que un verdadero proyecto
político que promueva el desarrollo regional, con horizonte en la dimensión
social, por supuesto, pero que debe contar con la adecuada antesala en materia
de desarrollo económico, la cual no puede ser otra, que el reconocimiento a la
importancia del aparato productivo.