Desde
la época de los estudios secundarios nos enseñaron que el Estado es un conjunto
que encierra los tres elementos, gobierno, población y territorio; y también
que este conjunto orgánico debe ejercer soberanía para protección de la
población dentro del suelo que ocupa, bajo un concepto que probablemente se
inspira en la vieja teoría del Estado Naturaleza, ese organismo cuyo fin
principal se deriva de la guerra como único medio de protegerse frente a otros
similares, en época en que la constitución política era una espada y el
gobernante era quien mataba con su propio brazo a todos sus contrincantes. Con
ello, la soberanía del Estado descansaba en las fuerzas armadas y de su poder
militar dependía su autonomía en el escenario universal que, para evitar
derramamientos innecesarios de sangre, se reglamentó mediante acuerdos y
organismos internacionales.
Así
se mantuvo el cuento hasta los años ochenta del siglo XX, cuando se modificó el
sistema capitalista mundial y se impuso el Capitalismo Rentista con predominio
de sus principales protagonistas, los fondos de inversión, bajo el esquema de
globalización financiera y soporte teórico en el pensamiento que el alemán
Wilhelm Ropke denominó Neoliberalismo. Los Estados perdieron su magnificencia sometiéndose
a los designios de los fondos, que tomaron al organismo como objeto de su
negocio, aplicando el mecanismo de financiar los gobiernos comprando papeles
oficiales y ejerciendo el sometimiento a través de los extorsionistas que
llaman Certificadoras Internacionales, con las cuales presionan a los ministros
de finanzas para que, bajo amenaza, apliquen las políticas que desde la órbita
política imponen las entidades multilaterales como el FMI, el BM y la OMC.
Hoy
peligro de guerra y de invasión del territorio solo existe en los países que se
salen del esquema y se apartan de la órbita de la Reserva Federal de USA.
Mientras el país esté ahí dentro, las fuerzas militares solo se requieren para
el control interno, por si de pronto surgen fenómenos emancipadores del
ordenamiento económico mundial. Pero en cambio, la soberanía económica está
totalmente perdida desde cuando apartaron el banco central de manos del
gobierno y lo colocaron de rodillas al servicio del capitalismo financiero
internacional.
¿De
cuál soberanía estamos hablando, si los Estados no pueden controlar su economía
y deben someterse, como cualquier parroquiano, a las reglas del mercado y sus
finanzas dependen de su situación frente al mercado de capitales y la capacidad
de endeudamiento, bajo el yugo de las certificadoras internacionales? El otrora
instrumento para manejar adecuadamente las finanzas públicas que era la emisión
de dinero, cuya función de válvula reguladora le permitía sobreponerse por
encima del bien y del mal, ahora se lo tienen impedido, para así, asegurar el
poder de los Fondos y el mercado de capitales, lo cual significa que, en las condiciones
económicas del mundo de hoy, la emisión de dinero por parte del Estado, se
convierte en la verdadera soberanía.