El revuelo
de los últimos días ha sido por la llamada Ley de Financiamiento, que no es
otra cosa que una propuesta de reforma tributaria adicionada con algunos micos,
que el gobierno plantea como una solución al problema fiscal, pero que no pasa
de ser un paño de agua tibia, como ese que cada cierto tiempo coloca con el
mismo fin, y cuyos efectos no alcanzan a solucionar de fondo los problemas y
necesidades de recursos en las finanzas públicas. Se trata simplemente de hacer
un quite a las presiones que por el pecho le hacen los organismos
multilaterales para asegurar el pago de la deuda pública a los especuladores
internacionales del dinero agrupados en los fondos de inversión y que son
tenedores de los bonos de deuda que frecuentemente está colocando el Ministerio
de Hacienda en los mercados de capitales para conseguir los recursos necesarios
para el funcionamiento del Estado. Lo diferente que ocurre esta vez, es que por
la espalda también está recibiendo otra presión, de modo que hoy Duque se
encuentra entre la espada y la pared, porque la comunidad nacional ya se está
manifestando de manera activa y en las calles, en oposición a dicha reforma,
motivada por la grave situación pecuniaria de las familias, cuyo empobrecimiento
secular ya lleva tres décadas y ha llegado a niveles intolerantes, así la
vicepresidenta diga que la protesta obedece a influencias extranjeras de Rusia
y Venezuela. La pobre Martuchis, como diría el periodista Samper, anda bien
perdida.
Claro, el
gobierno prefiere atender prioritariamente a los acreedores, que le tienen
puesta la espada en el pecho, y resolver a los de la pared con el Esmad, así
haya muertes y no se sepa para dónde se desvíe la protesta, ahora que los
síntomas de descomposición social, derivados de la misma situación, son alarmantes.
Por eso la reforma se aprueba en el Congreso o se aprueba. No hay otra
alternativa; porque los Fondos tumban gobiernos, mientras que el pueblo no
tiene fuerza para ello.
Pero la
realidad va mucho más allá de la simple maniobra para evadir la presión del
FMI, el BM, el BID, el BPI y la OCDE, porque el problema de las finanzas
públicas es estructural y no se corrige con simples reforma tributarias, por lo
cual cada tres o cuatro años hay que hacer otra y el faltante de recursos sigue
igual. Más cuando el enfoque neoliberal de las finanzas públicas busca la plata
donde no hay, porque grava a los pobres y exonera a los ricos, siendo que los
pobres no tienen para sobrevivir, mucho menos para pagar impuestos.
El
factor estructural comienza con la carencia de un banco amigo, como cualquier
empresa, que le de la mano ante los problemas financieros. En teoría, el Banco
de la República debe ser el instrumento del gobierno para resolver los
problemas fiscales, pero este organismo no le pertenece al gobierno sino al
BPI, el banco que controla la familia Rothschild desde Suiza y que obliga a que
la principal fuente de ingresos del Estado sean las deudas. Luego sigue los
impuestos a la actividad extractiva que realizan las multinacionales, pero
estas no pagan tributo con el argumento de la doble tributación; en seguida,
los capitalistas rentistas, que son los verdaderos ricos con capacidad de pago,
pero estos están exentos de impuestos. Se necesita una estructura financiera
que utilice los impuestos directos, pero hoy se utiliza los indirectos que
afectan más a los pobres. La base gravable depende del Excedente Económico el
cual proviene del aparato productivo, pero este se está desecando, de modo que
el mayor aportante al PIB son las empresas financieras, que son del sector
parásito de la economía. Una estructura sentada sobre deuda, deuda y más deuda,
nunca podrá alcanzar la autonomía y sostenibilidad financiera. Y así,
sucesivamente, se pueden listar todos los factores estructurales que originan
la crisis fiscal y que impiden la solución definitiva del financiamiento del
Estado.