martes, 24 de noviembre de 2020

LA PROTECCIÓN DE LA ECONOMÍA

En época del neocolonialismo, cuando las empresas multinacionales principalmente industriales controlaban el Estado y el mundo durante el siglo pasado, al instalarse una empresa subsidiaria en un país del tercer mundo, exigía que el Estado le protegiera el mercado para efecto de asegurar sus ventas. La protección consistía en que el gobierno fijaba impuestos a la importación de productos que le hacían competencia y colocaba mil trabas a los bienes rivales extranjeros. Pero cuando cambió la modalidad del sistema y se impuso el capitalismo rentistas, es decir cuando los especuladores internacionales del dinero tomaron el control del Estado y la economía a través de los fondos de inversión, se estableció el libre comercio y el gobierno eliminó los aranceles como mecanismo de protección del mercado nacional. Ahora en este siglo, cobrar aranceles es un pecado mortal que sanciona la Organización Mundial del Comercio (OMC), porque lo que prevalece es la globalización, supuestamente con un solo mercado mundial, donde predomina la competitividad para tener éxito comercial. Claro, es pelea de tigre con burro amarrado, porque la competitividad más fuerte la poseen no más de veinte países y al resto le toca acarrear con las consecuencias negativas del dominio de los poderosos en el mercado global. 

En Colombia, este fenómeno global está agravado con la altísima propensión marginal al consumo de importados que tiene el país, de modo que tras de gordo, hinchado, ya que, además de tener baja competitividad, existe un factor mental o cultural que abre más las puertas a los productos extranjeros en contra de la producción nacional. 

Sin embargo y tal vez como resultado de la pandemia, se está viendo que los gobiernos territoriales pueden contribuir a la protección de la producción nacional, que el gobierno nacional ya no realiza vía aranceles por las imposiciones de la OMC. El cambio surge también, porque dicho mecanismo no se ubica en el precio, como una de las variables de la función demanda, sino en la variable conducta del consumidor que también influye en la cantidad demandada. Hemos visto como en Cali, acertadamente, y tal vez en otros municipios que no conozco, la administración municipal adelanta campañas para promover el consumo de productos nacionales, lo que se convierte en un mecanismo novedoso para propiciar la orientación de la demanda en el mercado, favoreciendo las empresas nacionales. 

Ya que el gobierno nacional no lo hace mediante los aranceles sino que por el contrario estimula más las importaciones por la presión de los grandes importadores que manipulan los mercados, los gobiernos territoriales disponen de herramientas para adelantar procesos de direccionamiento de la economía mediante campañas publicitarias y otro tipo de eventos comerciales que también podría organizar canalizando la demanda interna hacia el consumo de productos nacionales. Esta podría ser una alternativa viable para combatir esa maligna expresión ideológica de los consumidores colombianos, de valorar más los productos extranjeros aunque no demuestren la calidad suficiente, y de jactarse o alardear con el consumo de mercancía importada. Así, probablemente no se logre el impacto de los aranceles, pero sí es posible logar una magnitud suficiente para desestimular a los monopolistas importadores que influyen en las decisiones del gobierno y con ello establecer una modalidad diferente e innovadora en la protección de la economía. 

martes, 17 de noviembre de 2020

LOS ALCANCES DEL VIRTUALISMO

Es de lógica suponer que los más beneficiados con el caso de la pandemia han sido los granes fondos de inversión en negocios tecnológicos como Black Rock, Vanguard, State Street y Fidelity, que juntos manejan un patrimonio por encima de los 17 mil billones de dólares y que controlan las operaciones de internet como las redes sociales y las plataformas con las que hoy se están realizando las interacciones humanas para casi todos los asuntos que así lo permiten, como los trámites de las empresas tanto públicas como privadas y la prestación de un sinnúmero de servicios tanto institucionales como personales, que por supuesto, han valorizado tanto los ingresos de esas empresas y como las acciones del capital, debido al gran incremento de la demanda y uso de los activos tecnológicos por parte de toda la humanidad en todo el mundo. Esos son los verdaderos ricos. 

Pero también es procedente examinar el beneficio recibido por el resto de la humanidad a raíz del uso obligado de los métodos virtuales en una gran cantidad de actividades cotidianas y acciones necesarias para la vida comunal, que por motivo del distanciamiento ha sido necesario introducir en el funcionamiento socioeconómico, porque, así como ha traído algunas comodidades en razón a las actividades desde la misma residencia, también ha originado limitaciones para varias necesidades que por su carácter es obligatorio el contacto físico. 

Es indiscutible que la calidad en varios de los servicios que hoy se prestan en modalidad virtual se ha disminuido, como el servicio educativo y el de atención en salud; además de otros servicios institucionales. Se reconoce el esfuerzo de las empresas prestadoras por mantener la operación, pero no se pueden evadir de las diferencias surgidas por el cambio de modalidad. El país, y creo que el mundo, no estaban preparados para la virtualidad. Existía la modalidad virtual en educación superior desde tiempo atrás; pero en muchos de los campos de la vida ni siquiera era imaginable, como es el caso de las ferias de recreación y cultura. 

Están proliferando los eventos académicos e institucionales de difusión, capacitación, debate y conocimientos, con la ventaja de que los expositores lo hacen desde su residencia, sin viajes ni viáticos, pero con los inconvenientes del contacto y las condiciones ambientales de estar sentados durante mucho tiempo frente a una pantalla de computador y atentos a los mensaje de audio que se transmiten. 

En el balance se observan aspectos positivos de la carga de interacciones por las plataformas de internet, pero hasta ahora, que no se ha superado la fase de aprendizaje para unos y otros, también tiene mucho peso el deterioro de la calidad de la interrelación humana debido a la falta de costumbre y de experticia en el manejo de la tecnología, sin tener en cuenta los temas donde no es posible usar el medio virtual para la satisfacción de necesidades humanas debido a que los satisfactores solo son posibles mediante el contacto físico, como los  relacionados con la recreación y el esparcimiento tanto activa como pasiva.


No sabemos ahora si debemos acostumbrarnos a la vida dentro de un reducido campo de acción permitido por la modalidad virtual, o si debemos esperar hasta que se supere la pandemia y, aunque todo no volverá a la normalidad anterior, volver a tener condiciones que permitan ir más allá de los alcances del virtualismo.

martes, 10 de noviembre de 2020

LA PRIVATIZACIÓN DEL ESTADO MISMO

Desde los orígenes del Estado Moderno, por allá en el siglo XVII cuando se creó el primer banco central en 1668, la soberanía del Estado reposaba en dos pilares básicos: por un lado las fuerzas militares con las cuales ejercía la soberanía política y por el otro lado el banco central con el que ejercía la soberanía económica, mediante la cual el Estado era el rector de los procesos económicos que, defendiendo la propiedad privada, realizaba con el uso de las políticas macroeconómicas como son la fiscal, la monetaria y la cambiaria. Para el efecto, desde siempre, inclusive cuando en Colombia se creó el Banco Nacional en 1880, las funciones principales de este organismo eran las de ser el banco de todos los bancos, el banco del gobierno, la autoridad monetaria y cambiaria y por supuesto, la de emitir el dinero con el cual circula la economía. 

Con el tiempo y ya en 1991, bajo la supuesta autonomía del banco, que no es otra cosa que el sometimiento del organismo a las conveniencias del capital financiero internacional, lo que se realizan mediante la influencia del BPI con sede en Suiza, los neoliberales le quitaron una pata a la soberanía del Estado y la dejaron chueca. La otrora magnificencia del organismo, que lo hacía gran autoridad, rector de los procesos económicos y el instrumento social más poderoso, quedó destruida. Ni la política fiscal, ni la política monetaria y ni la política cambiaria, son ahora herramientas para direccionar la economía hacia los fines de bienestar general y desarrollo nacional. Papá Estado era grandioso y podía amparar a su sociedad porque tenía banco e imprimía billetes que ahora le impiden, con el argumento de la inflación, lo cual es una falacia en momentos en que el aparato productivo tiene capacidad instalada ociosa como hoy. Además, la inflación, a los únicos que perjudica es a los inversores en papeles de renta fija; al resto del pueblo lo que le perjudica es el desempleo. 

El caso llegó al extremo cuando vimos por TV al gerente Juan José Echavarría diciendo, con palabras grotescas y macarrónicas, que el banco no prestaría dinero al gobierno para salir de la crisis fiscal derivada de la pandemia, porque el gobierno no le pagaba las deudas y mandó al gobierno a que fuera a conseguir dinero en el mercado de capitales de Nueva York, como cualquier perico de los palotes. 

Habrase visto?? A dónde ha llegado el extremo del modelo neoliberal colombiano que ya el banco no le sirve a su propio dueño para beneficio de toda la sociedad que lo gestó?? Claro que de eso se trataba cuando el IIE, hoy Instituto Peterson de Washington, infiltró en 1991 la Asamblea Constituyente para introducir en la Constitución Política la norma esa de la supuesta autonomía del banco. Precisamente se buscaba dejar al gobierno en la ruina para obligarlo a ir al mercado de capitales como cualquier particular, a buscar los recursos de financiamiento mediante deuda pública que los especuladores internacionales del dinero suministran a través del mecanismo creado por ellos deliberadamente para concentrar su negocio en el endeudamiento de los Estados.

El paralogismo del capitalismo rentista sustentado con las ideas neoliberales, fue precisamente ese: primero deteriorar la imagen del Estado del Bienestar a punta de mentiras y embustes, luego arruinar las finanzas del organismo para obligarlo a recurrir al endeudamiento en el mercado de capitales y así financiar las operaciones públicas; y finalmente sí, implantar la estrategia principal de arrebatar el banco central de las manos del gobierno, dejándolo sin la posibilidad de emitir dinero, herramienta idónea para el direccionamiento de la economía que, si bien es cierto había sido mal utilizada en muchos casos por el abuso de los políticos, era un tema subsanable con un adecuado manejo de la emisión. Así, con argumentos falaces, se dejó a la sociedad sometida a los intereses de los especuladores internacionales del dinero que navegan en las bolsas de capital, en un fenómeno que bien podemos llamar la privatización del Estado mismo. 

martes, 3 de noviembre de 2020

LO PERVERSO DEL CENTRALISMO

Desde 1886, cuando por la vía constitucional la élite política entregó el país a los intereses de los empresarios ingleses, se instauró el centralismo bogotano en época que era conveniente por la necesidad de construir un mercado nacional para el usufructo de las empresas extranjeras, que luego se ratificó en época del neocolonialismo después de la segunda guerra mundial, de conformidad con los intereses de las empresas multinacionales. Por esa época en el campo conceptual las teorías y enfoques del desarrollo justificaban plenamente las bondades del centralismo para el fortalecimiento del modelo de industrialización proveniente del exterior.

Pero una cosa son las conveniencias de los empresarios extranjeros y otra cosa es el interés nacional enmarcado en la necesidad de acondicionar los factores socioeconómicos para mejorar la calidad de vida de los nacionales y ahí, en ese escenario, es necesario reflexionar sobre las bondades del centralismo bogotano, que hoy está ahogando las posibilidades de cambio para avanzar en el progreso social, económico, político y cultural, que la comunidad nacional requiere debido a los escenarios presentes, algunos antiguos ya conocidos y otros surgidos por motivo de la pandemia.

Cabe recordar que uno de los factores que determinó el derrumbe de las economías socialistas, además de la falta de mercado y de gerentes como agentes dinamizadores de los procesos económicos, fue precisamente la concentración de las decisiones en una agencia estatal central. Igualmente, también es procedente recordar que en muchos países del mundo capitalista se dieron casos donde los fenómenos regionales propiciaron avances importantes de progreso económico y social motivados y dirigidos por instituciones propias y sin injerencia de los organismos centrales.

Luego vino en 1991, también por la vía constitucional, el acondicionamiento del país a los intereses del capitalismo rentistas sustentado con los argumentos neoliberales, que conlleva la instauración de un Estado “organizado en forma de república unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista…” cuyo trasfondo es la disminución del gasto público en el nivel central, pero que creó expectativas en las bases sociales sobre cambios favorables para realizar en este siglo.

Sin embargo, ya se van a completar los tres decenios desde la expedición de la Carta y lo que vemos es todo lo contrario. El centralismo bogotano ha instaurado sus métodos taimados para concentrar cada vez más el poder político en el nivel central y castrar con más potencia la posibilidad de las comunidades locales para diseñar y construir su propia historia, porque si bien la descentralización administrativa permite bajar el gasto público nacional, la conveniencia de los neoliberales es la  de mantener concentrado el dominio de las finanzas públicas para amparar el servicio de la deuda.

Con ello las posibilidades de mejoramiento de las condiciones de vida para la totalidad del territorio se ven frustradas y el ejercicio de la cacareada democracia participativa se ha convertido en una falacia, que ahora tiene demasiados obstáculos para afrontar la crisis y luchar por la reactivación económica y la reconstrucción social; pues se requiere ingenio, creatividad e innovación de parte de los actores sociales y las instituciones locales, si se pretende abordar la complejidad del problema en un mundo globalizado que tiene impactos derivados de los procesos internacionales; de modo que la realidad presente y la del inmediato futuro, demostrarán de manera contundente y con evidencias históricas lo perverso del centralismo.