Por
allá en la segunda mitad del decenio de los ochenta, Hernando de Soto con su
obra “El otro Sendero” Y Manfred Max-Neef con su obra “Economía Descalza”,
metieron el dedo en la llaga; y luego más adelante, Bombarolo y Bergesio, entre
otros, nuevamente destapan y colocan a la luz pública un fenómeno universal al
que se le ha querido ocultar el sol con los dedos de la mano. Bajo el concepto
de Economía Informa o también de Sector Informal, se reconoce una realidad
propia de las estructuras socioeconómicos de los países que en el siglo veinte
llamaron del “tercer mundo” y que por más que luchen, esperen o se quejen,
nunca podrán salir de sus condiciones económicas y sociales para alcanzar los
niveles y características de los que desde entonces llaman “desarrollados”.
Max-Neef
lo reiteró: una cosa es el desarrollo y otra cosa es la idea de desarrollo y
también dijo que el desarrollo se basa en el tipo de satisfactores que la
ideología espera utilizar para aliviar las necesidades humanas, destacando que
el problema de los países del tercer mundo, es que pretenden satisfacer sus
necesidades con los satisfactores creados por la cultura, la tecnología y los
fabricantes europeos y norteamericanos.
Ese
afán ideológico de querer vivir con los mismos parámetros de los países
europeos y norteamericanos, cuya cultura, su nivel de ingreso, su aparato
productivo, su tecnología, sus instituciones, sus servicios sociales, son
totalmente diferentes, es lo que imprime la frustración de los latinoamericanos
y lo que empuja a los Estados a cometer grandes atropellos contra la
organización social y a adoptar políticas públicas equivocadas frente a la
viabilidad social de las mismas, por lo impertinentes e inconsecuentes y faltas
de pragmatismo en su aplicación real. Es una tendencia a desconocer los
fenómenos propios del subdesarrollo y con ello a pretender aplicar
instituciones del nivel desarrollado, en condiciones socioeconómicas donde no
hay factibilidad, en lugar de buscar los mismos objetivos de racionalidad y
orden, pero con mecanismos acordes a las condiciones reales.
Así
se aprecia en instituciones como el registro mercantil, la seguridad social, el
crédito bancario y otras, donde se pretende aplicar instrumentos propios del
nivel desarrollado, en el sector que emerge en medio del rebusque y la
necesidad de sobrevivir en un país que no tiene condiciones. Se quiere meter en
mecanismos de formalidades plenas, a un sector que es totalmente informal. Y lo
mismo ocurre en el manejo del espacio público, donde se pretende aplicar
conceptos producidos en Berkeley o cualquier otra escuela norteamericana o
europea, sin tener en cuenta que los derechos corresponden a necesidades
humanas, como lo propusieron los alemanes en 1910, pero que todas las
necesidades no son iguales en un ser humano, de modo que los derechos tampoco
son sociológicamente estándar para dar trato indiscriminado a los mismos, de
tal manera que el espacio público no puede ser objeto de una política aplicada
a raja tabla, sin las consideraciones adecuadas en la estructuración de una
política pública consecuente con las especificidades sociales y la
clasificación de las necesidades humanas.
Varios
autores han coincidido, en que es necesario crear instituciones, instrumentos y
normas que permitan aplicar la racionalidad, el orden y la equidad, pero con
mecanismos debidamente diseñados para las condiciones existentes; es decir, una
tercera categoría que no sea dejar la anarquía y el desorden espontaneo, pero tampoco
meter a la fuerza modelos propios de realidades desarrolladas; que es posible
lograr los mismos objetivos de ordenamiento espacial, económico y social, pero
con medidas y políticas públicas técnicamente concebidas y debidamente
estructuradas en concordancia con la realidad del subdesarrollo.