martes, 26 de febrero de 2019

LA REALIDAD DEL SUBDESARROLLO

Por allá en la segunda mitad del decenio de los ochenta, Hernando de Soto con su obra “El otro Sendero” Y Manfred Max-Neef con su obra “Economía Descalza”, metieron el dedo en la llaga; y luego más adelante, Bombarolo y Bergesio, entre otros, nuevamente destapan y colocan a la luz pública un fenómeno universal al que se le ha querido ocultar el sol con los dedos de la mano. Bajo el concepto de Economía Informa o también de Sector Informal, se reconoce una realidad propia de las estructuras socioeconómicos de los países que en el siglo veinte llamaron del “tercer mundo” y que por más que luchen, esperen o se quejen, nunca podrán salir de sus condiciones económicas y sociales para alcanzar los niveles y características de los que desde entonces llaman “desarrollados”.

Max-Neef lo reiteró: una cosa es el desarrollo y otra cosa es la idea de desarrollo y también dijo que el desarrollo se basa en el tipo de satisfactores que la ideología espera utilizar para aliviar las necesidades humanas, destacando que el problema de los países del tercer mundo, es que pretenden satisfacer sus necesidades con los satisfactores creados por la cultura, la tecnología y los fabricantes europeos y norteamericanos.

Ese afán ideológico de querer vivir con los mismos parámetros de los países europeos y norteamericanos, cuya cultura, su nivel de ingreso, su aparato productivo, su tecnología, sus instituciones, sus servicios sociales, son totalmente diferentes, es lo que imprime la frustración de los latinoamericanos y lo que empuja a los Estados a cometer grandes atropellos contra la organización social y a adoptar políticas públicas equivocadas frente a la viabilidad social de las mismas, por lo impertinentes e inconsecuentes y faltas de pragmatismo en su aplicación real. Es una tendencia a desconocer los fenómenos propios del subdesarrollo y con ello a pretender aplicar instituciones del nivel desarrollado, en condiciones socioeconómicas donde no hay factibilidad, en lugar de buscar los mismos objetivos de racionalidad y orden, pero con mecanismos acordes a las condiciones reales.

Así se aprecia en instituciones como el registro mercantil, la seguridad social, el crédito bancario y otras, donde se pretende aplicar instrumentos propios del nivel desarrollado, en el sector que emerge en medio del rebusque y la necesidad de sobrevivir en un país que no tiene condiciones. Se quiere meter en mecanismos de formalidades plenas, a un sector que es totalmente informal. Y lo mismo ocurre en el manejo del espacio público, donde se pretende aplicar conceptos producidos en Berkeley o cualquier otra escuela norteamericana o europea, sin tener en cuenta que los derechos corresponden a necesidades humanas, como lo propusieron los alemanes en 1910, pero que todas las necesidades no son iguales en un ser humano, de modo que los derechos tampoco son sociológicamente estándar para dar trato indiscriminado a los mismos, de tal manera que el espacio público no puede ser objeto de una política aplicada a raja tabla, sin las consideraciones adecuadas en la estructuración de una política pública consecuente con las especificidades sociales y la clasificación de las necesidades humanas.

Varios autores han coincidido, en que es necesario crear instituciones, instrumentos y normas que permitan aplicar la racionalidad, el orden y la equidad, pero con mecanismos debidamente diseñados para las condiciones existentes; es decir, una tercera categoría que no sea dejar la anarquía y el desorden espontaneo, pero tampoco meter a la fuerza modelos propios de realidades desarrolladas; que es posible lograr los mismos objetivos de ordenamiento espacial, económico y social, pero con medidas y políticas públicas técnicamente concebidas y debidamente estructuradas en concordancia con la realidad del subdesarrollo.

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