Los
resultados electorales del pasado domingo y los hechos recientes en toda
Suramérica, generan pensamiento sobre lo que será el futuro político nacional y
por supuesto sus efectos en materia de social. Ecuador, Bolivia, Chile, Uruguay,
Argentina, han observado sucesos políticos de trascendencia, que muestran el
desplome del modelo de globalización financiera con el poder concentrado en el
BPI y diseminado a través del FMI y los diversos fondos de inversión. Era una
crónica anunciada desde 2008 por el deterioro del aparato productivo y la
destrucción del Estado Moderno, que lógicamente tendría que conducir al
empobrecimiento general y la miseria, que ya el pueblo no aguanta y la copa se
rebosó.
Con los eventos
continentales se va aclarando el debate político y con ello el derrumbe de la
guerra sucia neoliberal asustando a la gente con el tal castrochavisto. La
gente ya sabe que en ninguna parte, nadie está proponiendo montar sistema
socialista, ni el clásico de Lenin ni el del Siglo XXI de Dieterich. Lo que la
gente quiere es el desmonte del modelo neoliberal, pero dentro del mismo
sistema capitalista.
Los
resultados electorales recientes permiten hacer varias deducciones, por ahora
especulativas porque no hay evidencias aun, pero con alta dosis de lógica.
Parece que la polarización Petro-Uribe se está desmoronando porque a pesar de
la cultura política caudillista de Colombia, ya no tienen la relevancia de los
últimos años en el escenario político. Con ello, surge la idea de que el debate
guerra-paz que concentró la discusión política ya está desgastado y es hora de
trascender el tema. La guerrilla ya no cuenta con el protagonismo de antes y
siguen existiendo fenómenos de violencia, como en toda la historia de Colombia,
ahora desde otros ángulos del conflicto. Y el tema de la corrupción, ni fu ni
fa. Parece que ya la sociedad se acostumbró a este flagelo y a nadie le importa
que los corruptos sigan administrando el Estado.
El
descontento está manifiesto. Un porcentaje importante votó por candidatos de
origen cívico que se agruparon en la diversidad de partidos que hoy existen,
siendo el Partido Verde el más notable, porque otorgó aval a candidatos que
triunfaron. Este partido fue el mayor protagonista de la alternativa política,
desplazando al Polo y a la Colombia Humana. Con ello, las perspectivas de
Fajardo se abren puertas, lo que crea una contradicción porque este personaje
es claramente defensor del neoliberalismo, corriente que está cayendo en picada.
Por su
parte el Partido Liberal, que estatutariamente debería ser la organización que
confronte al neoliberalismo, hoy está en las garras del decano de esta
corriente política y se ha convertido, simplemente, en un traficante de avales
y protector de corruptos, sin que ninguno profese seriamente la doctrina
socialdemócrata consignada en su plataforma ideológica.
Pero
también queda claro, que si Colombia entra en la corriente suramericana de
desmontar el modelo neoliberal, debe surgir otro dirigente, diferente a Gustavo
Petro, que lidere la propuesta anti-neoliberal, por cuanto este personaje ha
demostrado errores en la conducción política y no corresponde plenamente con
los fundamentos de la tradición política nacional, como se puede ver en la
magnitud de las personas que no están de acuerdo con él.
Por
supuesto más temas se podrían considerar en el análisis, pero el espacio es
insuficiente para incluir todas las reflexiones sobre el futuro político.