A raíz de la firma del Acuerdo de Paz y principalmente con el Punto 1
que se refiere a la renovación de la zona rural, se crearon expectativas de
cambio por la oportunidad de implementar por primera vez, una verdadera
política para el campo colombiano, que responda de manera pertinente, a sus
propias necesidades en cuanto a las condiciones ambientales, territoriales,
económicas y sociales. Para la ejecución de dicho acuerdo, el gobierno ha
venido dictando normas jurídicas tendientes a viabilizar las acciones
necesarias para el logro de los objetivos.
Pero examinando cuidadosamente las normas, como es el caso de los
decretos 2366 de diciembre de 2015 y el 893 de mayo de 2017, entre otros, surge
la pregunta: ¿y donde esta lo nuevo? Porque el ordenamiento institucional que
se ha diseñado para el efecto, repite los patrones que desde, por lo menos treinta
años, se vienen aplicando en la institucionalidad colombiana. Se reitera el
centralismo bogotano con la imposición unilateral de las decisiones, se repite
la columna vertebral de nación, departamento y municipio, se reitera en los
métodos anacrónicos de planificación, prevalece el enfoque financierista de
corte neoliberal, y por supuesto, continua el enfoque de las políticas Top-Down
o sea de arriba hacia abajo.
Claro, se reconoce el carácter de Estado unitario y la columna
vertebral de la rama administrativa del poder público que gira en torno al eje
presidente-gobernador-alcalde; pero por el afán caprichoso y facilista de
recurrir a las mismas entidades de siempre, se está colocando en riesgo de
fracaso la finalidad del acuerdo que se ha sembrado sobre el espíritu de cambio
y de democracia participativa. La opinión pública conoce suficientemente, lo que
son las administraciones territoriales donde rige plenamente el modelo
burocrático y priman el clientelismo, la politiquería y la corrupción.
La
mayoría de entidades territoriales no es adecuada a los retos que impone el
acuerdo, para aplicar el enfoque territorial en el desarrollo rural. El modelo
de operación por procesos no aplica, la estructura está divorciada de dicho
modelo, el sistema de control es una pantomima formal que no permite
realidades, los procesos de planificación son débiles, la idoneidad de los
servidores públicos es cuestionable, etc. etc. por lo que se hace necesario
pensar en un esquema organizacional diferente, complementario a la estructura
del Estado, que supla las deficiencias de la organización formal y complemente
las acciones de gestión pública en el marco de la gobernanza y una gerencia
pública colombiana, no importada de Europa y Norteamérica, que se acomode a la
propia realidad que este país vive. La sociedad civil, que por cierto hoy
tampoco tiene la organización adecuada, y el aparato universitario nacional,
principalmente de las universidades oficiales, tienen un campo de acción que
puede llenar el vació y cubrir las deficiencias que hoy se manifiestan y así
contribuir a la construcción de una nueva institucionalidad para la paz.
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