Comienza el
nuevo año y con ello nuevas expectativas que surgen en lo individual, por las
manifestaciones de los allegados y los tradicionales rituales del 31 a las 12 y
porque, de todas maneras, siempre está presente en la gente el sueño de que las
cosas mejoren en la vida. Pero en lo nacional, el panorama no es de lo mejor,
por cuanto la tendencia histórica es la del desmejoramiento de las condiciones
de vida para la gran mayoría de la comunidad colombiana.
Existen
factores globales que repercuten significativamente en las condiciones del país,
como por ejemplo la tasa de interés de la FED y el precio del petróleo, que
afectan el sector externo de la economía y generan situaciones ingobernables
por la autoridad nacional, además de otros factores que circulan en el mundo
monetario internacional, que hoy, en razón a la geopolítica mundial, se
vislumbra con sucesos impredecibles, por motivo de la triada de Estados Unidos,
Rusia y China, y por la gran incidencia también de la banca islámica y de
BRICS.
Pero,
además, factores internos, unos de carácter estructural surgidos por la vía
constitucional desde 1991 y que vienen acumulando situaciones perversas; y otros
de carácter coyuntural que se derivan de la situación sociopolítica nacional.
Los primeros, donde nada tiene que ver el gobierno de turno porque, sea uno o
sea otro, igual le toca afrontar los problemas, como es el caso de la situación
fiscal, derivado de la estructura de financiamiento del Estado que se impuso en
1991, y los segundos que se desprenden de las características de la cultura
política nacional y las influencias de los grandes grupos de poder económico
mundial.
Lo cierto
es que 2019 no podrá ser mejor que el año que terminó. En razón a qué, si las
tendencias se mantienen en factores tan decisivos como las finanzas públicas y
en general el manejo de lo público, que cada año se privatiza más con todas las
consecuencias que esto tiene por convertir los bienes de interés general en
mercancías para beneficio y enriquecimiento de unos pocos, se agudiza más el
deterioro de las condiciones de vida de la gran mayoría de colombianos. Y el
decaimiento del aparato productivo, que es el soporte de la economía, pero que
las relaciones de dependencia internacional y los fenómenos de violencia en el
campo no permiten la solidez necesaria para garantizar la sostenibilidad de las
tendencias de crecimiento que la instancia económica requiere, se suma a los
factores de incertidumbre.
Y
todo complementado con la coyuntura política de elección de gobernantes y
administradores territoriales, en un marco de polarización política donde
priman las posturas de ataque a los atributos personales de los dirigentes, en
lugar del debate sobre las propuestas programáticas y las formas de solucionar
los problemas y necesidades de las comunidades; y todo sumergido en un
turbulento mar de corrupción basado en la compra de conciencias y el tráfico de
votos que contamina la noble actividad de la elección de gobernantes, de modo
que es muy poco lo que se puede salvar al considerar las esperanzas del nuevo
año.
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