Dijo el presidente en su alocución de fin
de año que “un pacto que quiero construir
con ustedes, para que no sigamos anclados en las discusiones de izquierda y
derecha; para que no sigamos polarizando; para que no sigamos teniendo en el
país esas discusiones, muchas veces bizantinas y mezquinas, que no permiten que
pensemos todos hacia un propósito común”, lo cual es imposible tanto desde
el punto de vista teórico como desde el punto de vista práctico, de modo que no
sabemos si esa afirmación la hizo, como muchas de las posturas de gobierno, por
ingenuidad, por mala fe o por ignorancia.
Desde lo teórico, porque en las ciencias
sociales casi todas las disciplinas contienen por lo menos dos enfoques, que permiten
ver los objetos y fenómenos desde distintos ángulos con resultados diferentes,
muchas veces opuestos, sobre la base de que la sociedad no es homogénea, sino
que encierra una pluralidad, con antagonismos y actores de intereses opuestos.
Desde el punto de vista práctico, porque la intervención del Estado para regir
los procesos sociales, económicos e institucionales, se realiza mediante
políticas públicas, cuya esencia es precisamente, definir objetivos y metas
priorizando y privilegiando determinado aspectos de la vida nacional y por
supuesto, dejando de lado el resto.
No existe una teoría social ni un enfoque
de políticas que sea universal y que abrace conjuntamente todas las fuerzas
sociales y a todos los actores, cuyos intereses, la mayoría de las veces, son
antagónicos. En economía, por ejemplo, se privilegia el factor capital o se
privilegia el factor trabajo; pero los dos simultáneamente, no se pueden
privilegiar. En política fiscal se manejan las finanzas para favorecer a los
ricos o a los pobres pero a ambos no se puede porque los instrumentos no están
diseñados para ello; en política tributaria se priorizan los impuestos directos
o los indirectos y se aplican métodos progresivos o regresivos. La política
monetaria es expansiva o contractiva pero ambas cosas a la vez no se puede.
En cuanto los sectores de la economía, lo
sucedido en el siglo XX en Colombia es un caso ilustrativo. El Estado
privilegió la industria por encima del sector agropecuario y el campo quedó
abandonado creando un caldo de cultivo para la germinación de la violencia; y
en política territorial fue favorecida la ciudad más que la zona rural.
En las
sociedades del sistema de mercado, si no se quiere reconocer a las clases
sociales, existen los estratos sociales cuyas condiciones de vida e intereses
son diferentes y para todos no hay por igual, por lo cual el gobierno debe
escoger a quienes favorece más con su políticas. En la actualidad se trata de
adoptar políticas para favorecer a los ricos o para beneficiar a los pobres pero
los instrumentos de gestión pública disponibles no están concebidos para
complacer a ambos, por lo cual el cuento del pacto para acabar con la
polarización no es factible y mucho menos hoy, cuando el poder está en manos de
una casta excluyente que está colocando el Estado al servicio y beneficio de
unos pocos, justamente de los que detentan el gran poder económico, quienes
están usurpando y usufructuando los bienes públicos y las bondades del erario,
dejando por fuera la gran mayoría de colombianos, de modo que en dicho discurso
de fin de año lo que se anunció públicamente fue la falacia del pacto de
Duque.
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