La
historia de Colombia es la narración de los distintos capítulos de guerra y
violencia. Desde 1812 cuando la Patria Boba en que peleaban los federalistas y
los centralistas y hasta nuestros días, ha sido una sucesión de hechos que
empotraron en la conciencia colectiva nacional una cultura de violencia y
pugnacidad que hoy inunda todos los espacios del ordenamiento social y
geográfico del país.
Durante
el Siglo XIX hubo 9 guerras civiles de cobertura nacional y 14 guerras
regionales, siendo las más relevantes las de 1839, 1851, 1854, 1860, 1876,
1884, 1895 y la Guerra de los 1000 días con la que se cerró el siglo. En el
Siglo XX, los extensos períodos de conflicto como el de los primeros 30 años
con dominación conservadora, luego el período denominado de la “Violencia
Liberal-Conservadora” que se agudizó en 1948 cuando se gestaron las guerrillas
liberales y más adelante, en 1964, cuando surgieron las guerrillas
revolucionarias en contra del sistema capitalista, que ya en la última década
se criminalizaron con la contaminación del narcotráfico. Y en el presente
siglo, la violencia se diversificó y el fenómeno se ha hecho más complejo con
la aparición de los paramilitares, las bacrín, los extorsionistas y otras
fuerzas bélicas ilegales que enturbian más el panorama de la convivencia
social.
Pero
el fenómeno de violencia y conflicto no es solo la manifestación de fenómenos
armados organizados, sino que sus raíces están en lo más profundo del espíritu
de la sociedad, de donde surgen los actores armados. El conflicto nace en el
seno de la familia misma con el maltrato infantil y la violencia contra la
mujer, se extiende en la vida barrial con roces entre vecinos, penetra en los
escenarios laborales con bandos en punga en el interior de las empresas. Ya el
ímpetu del conflicto ni siquiera permite transitar por las calles manejando un
carro en paz porque hay que estar a la defensiva frente a otros conductores.
Las guerras barriales entre pandillas de jóvenes que delimitan fronteras
territoriales y los enfrentamientos entre hinchas de los equipos de fútbol, han
sembrado una conciencia antisocial en los jóvenes que crea escepticismo sobre el
futuro de la juventud actual. Hoy, a cualquiera en cualquier momento lo
amenazan por motivos insignificantes.
La
ideología de violencia está tan arraigada en los tuétanos de nuestra patria,
que en el campo político hace imposible recurrir a la solución negociada y
pacífica de los conflictos. En la idiosincrasia colombiana pesa más la sed de
venganza que la sensatez. En el mundo contemporáneo y considerando las malas experiencias
de las guerras, en todos los países se recomienda que, en concordancia con la
dignidad de la especie humana, las comunidades deben utilizar la solución
pacífica y negociada de los conflictos; pero en Colombia, parece que esto es
imposible, según se deduce de los resultados del plebiscito por la paz que hizo
el presidente Santos, donde hubo mucha gente del estrato uno que votó en contra,
porque no podían tolerar que a los exguerrilleros les dieran concesiones. Mucha
gente de todos los niveles socioeconómicos no entiende ni acepta, qué es una
solución negociada al conflicto, porque solo concibe la alternativa de triunfo
y derrota con sus efectos de premio y castigo. No entiende los acuerdos. La
opinión pública no diferencia entre valor y precio y, por supuesto, tampoco
comprende lo que significa el beneficio medido en términos de precios hedónicos,
por lo cual en lo común, se manifiesta una negativa generalizada a reconocer
los beneficios sociales de un proceso, que son intangibles a primera vista,
pero que propician situaciones de bienestar colectivo en el largo plazo; y por
ello, solo piensan en las mediciones en dinero y se niegan a aceptar las
concesiones para los grupos armados, propios de cualquier negociación de paz en
cualquier lugar del mundo. Lo que se aprecia, es que gran porcentaje de
población es partidario del conflicto armado y apoya las propuestas
beligerantes para afrontar las posiciones encontradas en el terreno político,
lo cual conduce a pensar que en este país, estamos condenados a vivir en un
ambiente de violencia y guerra porque, tratándose del conflicto sociopolítico,
hay inviabilidad para la solución negociada.
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