La profundización y generalización de las conductas inmorales y
antiéticas ya ha llegado a niveles espeluznantes; el caso del fiscal
anticorrupción es el fondo de la olla. Tanto que una importante revista semanal
de Bogotá le dio trato relevante, con portada y todo eso. Realizó un conjunto
de entrevistas a un grupo de personajes, de esos medio sabios que existen en
Bogotá, quienes hicieron sus aportes de opinión acerca del origen de la
situación y otros apuntes.
Los entrevistados señalaron varios factores que han contribuido al
surgimiento del problema anotando temas importantes y sin duda de mucho peso en
el paquete de causas que han ocasionado el derrumbe en que está Colombia; pero
fueron insuficientes en las apreciaciones sobre uno de los fenómenos que más
incide en el origen y sostenimiento de la corrupción en el país. Sólo
tangencialmente se refirieron a la cultura política que constituye partícula
esencial en el núcleo de factores determinantes del degeneramiento
institucional que hoy impera en la conducta ciudadana.
La doctora Ibáñez metió el dedo en la llaga cuando se refirió a la
prevalencia del interés particular por encima del interés general y el bien
común, que es la esencia de la cultura política actual. Mockus citó la cultura
y Uprimny es más detallado cuando habla de la “cultura de la viveza” como
soporte de la conducta social. Pero no llegaron a clarificar el mecanismo que
vemos ordinariamente en la gente del común. Se ha reducido la política simplemente
a la acción electoral y se ha condicionado en la mayoría de votantes, a
sufragar con base en el interés personal y cortoplacista, sin considerar los
efectos del voto en el campo de lo público como interés general que nos compete
a todos.
Si el fenómeno es de origen cultural, es importante considerar el
proceso social educativo, como mecanismo que arranca en la familia y se
complementa en el aparato educativo. Mockus y Arango hablaron del sistema
educativo y su incidencia en el tema de la corrupción; pero en la realidad
surge la pregunta de si quienes diseñan las políticas públicas están
interesados en un enfoque que ataque la corrupción, cuando, precisamente, las
élites de poder de hoy, sustentan su posición en ella misma. Si se acaba la
corrupción se derrumban las elites de poder. Lo que vemos a diario, es que son
los corruptos quienes manejan el Estado y ellos no van a adoptar medidas que destruyan
su propio mecanismo de poder.
De
todas maneras, es importante que se despliegue una cruzada desde distintos
ángulos en contra de esa patología social y principalmente en el campo
académico, sede de los entrevistados, para que se promueva la investigación y
el conocimiento profundo y técnico del fenómeno con miras a encontrar una
salida que en todos los casos debe partir del conocimiento real y objetivo de
la génesis de la corrupción.
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