En la teoría
clásica, la política fiscal en general y particularmente la estructura
impositiva son un instrumento para direccionar las estrategias de desarrollo.
No son fin sino medios para buscar objetivos superiores. Por eso es necesario
que primero se definan los objetivos de cambio para mejorar las condiciones de
vida de la sociedad, para luego sí, definir un esquema impositivo acorde con
dichos requerimientos. Pero en Colombia hoy esto no se aplica. La última
reforma tributaria tiene como objetivo tapar un faltante de 12 y pico de
billones que quedan pendientes en el presupuesto de gastos y este presupuesto
obedece a todo, menos a las estrategias de cambiar las condiciones de vida de
la sociedad nacional.
El Ministro de
Hacienda dijo en estos días a través de una emisora de radio, que en Colombia,
entre los 47 millones de habitantes, sólo hay 670 ricos, que con su familia no
pasan de tres mil, y sólo 50 mil, que con su familia no pasad de 200 mil, viven
dignamente sin ser ricos, lo que muestra el alto grado de concentración del
ingreso, razón por lo cual se considera el segundo país en América con alto grado
de inequidad. Pero lo más grave, además de la concentración, es que a los ricos
nacionales no les gusta pagar impuestos, aunque el Estado es manejado por ellos
y a la vez está a su servicio, no quieren aportar para el sostenimiento del
organismo.
El gobierno había
creado el concepto de impuesto a la riqueza para gravar los más altos
capitales; pero los ricos pusieron el grito en el cielo con el falaz y repetido
argumento que eso espanta la inversión y agudiza el desempleo, siendo que la
historia muestra que cuando las condiciones de mercado son buenas y los
negocios rentables, los ingresos dan para todo. Lo que motiva la inversión y
fomenta el empleo no es la exención de impuestos sino las oportunidades de
mercado que propician altos márgenes de rentabilidad. Los capitalistas siempre
han considerado que ellos le hacen un favor al país y que por eso se les debe
consentir. Sin embargo, de nada vale el capital sin poder hacer negocios y de nada
sirven los negocios si no se consigue trabajadores.
Lo que verdaderamente necesita el país es una reforma
tributaria estructural, que reconozca la heterogeneidad territorial y el aporte
de cada actividad económica a las estrategias de desarrollo para tener un
sistema impositivo diverso, pertinente y consecuente con las condiciones
económicas. Esas tasas uniformes aplicables a las cuantías ya sea de ingreso,
patrimonio o valor agregado, pueden ser muy fáciles de recaudar, pero muy
difíciles para contribuir con racionalidad a los procesos de desarrollo
económico. No es lo mismo, por ejemplo, aplicar la misma tasa al mismo objeto
en Bogotá que en Popayán, como tampoco es lo mismo aplicar una tasa uniforme a
un capital invertido en el sector primario que la misma aplicada en el sector
parásito de la economía como son los bancos. El Ministro dijo que sólo hasta el
2018 se tratará el tema de la reforma estructural lo cual implica que hasta esa
fecha debemos seguir presenciando el ridículo espectáculo de que los ricos
también lloran.
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