El problema
de las ESE no es técnico ni científico; desde tiempo atrás, las facultades de
medicina, los centros de investigación y las multinacionales tecnológicas y
farmacéuticas, ya han resuelto los problemas de este género. Hoy lo que se
aprecia es una gran debilidad gerencial que impide el logro de los objetivos
corporativos, porque los problemas administrativos y operativos superan los
esfuerzos y voluntad de quienes están a cargo de la organización.
El gobierno
nacional creyó equivocadamente, que brindando a los médicos algunos
conocimientos sobre gerencia hospitalaria a través de especializaciones de un
año, donde apenas se alcanza a dar algunos brochazos sobre la materia, ya
estaban listos para desempeñarse con eficacia en el manejo de las entidades y
lo que vemos en muchos casos, es que se sigue manejando las empresas a punta de
sentido común, donde prevalece las decisiones subjetivas basadas en el “yo
pienso”, “yo opino”, “ a mí me parece”, o sea en forma totalmente alejada del
enfoque gerencial. Creyó el gobierno nacional que el direccionamiento
estratégico de las organizaciones, depende de las personas, sin entender que
son más determinantes los procesos y los modelos operativos que se apliquen.
En el mejor de los casos, las ESE aplican enfoques gerenciales calcados de la
empresa privada, lo cual, por el contrario, agudizan más el problema por la
impertinencia del esquema.
Las ESE son
empresas doblemente públicas: uno, porque el objeto de trabajo o sea la salud,
es un asunto público; y dos, porque el propietario de la empresa es el Estado;
por ello, lo apropiado es la aplicación de modelos de gerencia pública
diseñados de manera particular para las especificidades de la organización,
pero aplicando los principios teóricos de la microgestión pública. Para no ir
más lejos, veamos un ejemplo: como gran hazaña, algunas aplican el enfoque del
Plan Estratégico que parte de un DOFA, pero que fue creado para fábricas de
productos tangibles de carácter privado y para empresas mercantiles que deben
salir al mercado a competir con sus similares, situación muy diferente a la de
las ESE, mientras existen otros enfoques de planificación institucional más adecuados a este
tipo de empresas. En la mayoría de los casos, los DOFA son mentirosos. Así mismo ocurre con el modelo operación, que en su mayoría
se concentra en la aplicación de los protocolos de atención que manda el gobierno desde Bogotá, con procedimientos rígidos y cuyo trasfondo encierra la
política sectorial con sustento financierista y sin valor humanista; e
igualmente las estrategias de marketing, que imitan los esquemas privados y no
se ajustan al paradigma público. Parece que los protocolos del Ministerio son
elaborados, más para aumentar las ventas de las multinacionales tecnológicas y
farmacéuticas, que para sanar las enfermedades.
Ahora
bien, si en tiempos de normalidad, estas empresas prestadoras del servicio de
salud estaban sufriendo por todos estos motivos, con el agravante de los golpes
que las aseguradoras les dan como efecto del sistema de la Ley 100, ahora, con
la aparición de la pandemia del Covid-19, sí que es cierto que la situación se
agravó, porque las fallas son estructurales y las empresas no tienen la
capacidad de dar respuesta pragmática, pertinente y flexible, a los cambios en
el entorno, como lo exigen las situaciones emergentes. Como quien dice, las
cogieron fuera de base y a última hora están dando pataleadas de ahogado para
salir del embrollo de la mejor manera posible, pero que de todas maneras no es
la más adecuada para atender el reto que el virus impone a todos los actores,
estamentos y sectores de la sociedad, profundizándose de esta manera la crisis
de las ESE.
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