José
Coraggio, un economista argentino, escribía en el año 2000 algunos textos sobre
desarrollo económico local y destacaba el tema de la Economía Social, cuyo
concepto definía claramente mostrando sus bondades y la pertinencia para países
subdesarrollados, lo cual no ha trascendido en este siglo porque los fenómenos
globales del capital financiero, la transnacionalización de las empresas y los
tratados de libre comercio, se encargaron de ocultar la propuesta, que solo en
algunos lugares y países tuvo trascendencia madurando casos que pueden ser
ejemplos para el resto del mundo. Pero ahora, como consecuencia de la pandemia,
que también es global, y los cambios que se avecinan en las esferas económicas,
sociales e institucionales, bien vale la pena traer a colación el enfoque del
economista argentino.
Coraggio señala
que la economía social se basa en los principios de solidaridad, democracia organizativa,
venta a precio de costo en un mercado sin ánimo de lucro, bonificación a los
socios sobre la porción no reinvertida de los beneficios, y creación de medios
para el desarrollo integral de la persona. Lo define como un sistema de
economía del trabajo orientado a la reproducción ampliada de la vida de todos
los trabajadores, que genere sus propias formas estatales de regulación y de generación
de condiciones para la producción de la economía social. En otras palabras, es
la misma base del cooperativismo que ya existía desde el siglo XIX en
Inglaterra y otros países, pero ahora complementada con redes solidarias,
grupos de ayuda mutua, asociaciones sindicales, organizaciones barriales, micro
emprendimientos en red o sin red, sistema educativo y de capacitación continua,
centros de investigación y tecnología, formas de autogestión o gestión
participativa de la economía pública, entre otras manifestaciones. Destaca el
autor, que es un sistema que articula niveles micro, macro, meso y meta, donde
en el nivel micro están los emprendimientos familiares y sociales, en el nivel
macro la práctica del presupuesto participativo y las políticas locales, en el
nivel meso las redes de articulación productiva y en el nivel meta los acuerdos
sociales e institucionales estratégicos.
Por
supuesto, no se trata de acoger al pie de la letra la propuesta de Coraggio,
sino de reflexionar sobre las alternativas en el futuro cercando para encontrar
salida al grueso problema económico que se aproxima; pero ante todos, se trata
de mostrar que en muchos lugares, sobre todo territorios indígenas y zonas de
economía campesina, existen varias experiencias y casos que se acomodan a los conceptos
de Economía Social y por lo tanto, la existencia de oportunidades derivadas de
la gran crisis, donde se necesitará ingenio y creatividad para diseñar fórmulas
diferentes a las convencionales impuestas por las reglas del capitalismo
posmoderno.
Si se
ha generalizado la queja de que el capitalismo de la globalización golpeó
sustancialmente a las regiones periféricas, pues también hay que generalizar
que ahora, se puede encontrar la fórmula para la construcción de un modelo de
desarrollo regional y local a partir de un nuevo paradigma que se derive de los
patrones contrarios a la globalización. Pero, eso sí, se requiere del liderazgo
adecuado para regir los procesos sociales, económicos e institucionales hacia
objetivos de bienestar mediante el aprovechamiento de las potencialidades que
hoy existen, reconociendo el trabajo de Coraggio sobre la relevancia de la
Economía Social.
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