Sobre lo que
vendrá después de superada la crisis actual, nada está escrito y, considerando
la multiplicidad de conceptos, informaciones, noticias, análisis y
especulaciones que se hacen, lo único claro es que el mundo no será igual al
que existía al comenzar este año. No se sabe a ciencia cierta la causa de la
pandemia, si fue circunstancial o fue inducida obedeciendo intereses creados,
pero sus impactos han sido tan fuertes que aunque desapareciera hoy totalmente,
ya los efectos en la vida económica y social no tienen reversa.
No se sabe
tampoco cuántos morirán durante el período, que deseamos no sean tantos, pero
la población que permanezca viva tendrá que adoptar nuevos patrones de conducta
humana en al marco del conglomerado social, ya sea porque las circunstancias lo
exigen o porque los traumas mentales generados por la pandemia así lo obliguen.
Además, el ordenamiento económico no podrá ser el mismo, ya que algunos
sectores antes boyantes, luego sufrirán el decaimiento. El sector de turismo y
recreación, por ejemplo, desde ya está muy afectado y también los grandes
grupos de poder como los petroleros y los fondos de inversión que navegan en el
mercado de capitales, que tardará muchos años en volver a tener la dinámica que
traían en esta década que está terminando.
Pero lo más
relevante para reflexionar en el medio regional y local, es lo relacionado con la
vida comunitaria, con las costumbres y tradiciones aglutinadas en el contexto
de la cultura territorial, donde radica gran parte de la vida cotidiana. Los
cambios derivados del aislamiento y la connotación que ha tomado la tecnología,
seguramente dejarán sembrados hacia el futuro, nuevas prácticas y patrones de
conducta que condicionarán los estilos de vida y los satisfactores de las
tradicionales necesidades humanas.
Por supuesto,
muchas dudas, expectativas, interrogantes y preocupaciones surgen con este
maremágnum de fenómenos, pero hay uno que se reviste de especial trascendencia:
qué van a hacer los alcaldes, quienes, en su mayoría, invirtieron varios
millones de pesos para hacerse elegir, porque no los eligieron por voluntad
popular, que presentaron un programa de gobierno basado en la situación del
territorio que se vivía el año pasado y que ahora deben formular el plan de
desarrollo en concordancia con dicho programa, con el agravante de la
interferencia abusiva del DNP con el tal Kit Territorial, que lesiona la
autonomía municipal consagrada en la Constitución.
Aún está por
aprobarse el plan cuyo plazo vence el 31 de mayo, pero dónde está el paradigma
que oriente a los concejos sobre el enfoque que debe tener dicho instrumento de
gestión territorial bajo condiciones de pandemia y lo que seguirá durante este
año y los tres siguientes?? No existen antecedentes que brinden conocimientos
para guiar la agenda de gobierno, ni teorías, ni modelos para el efecto, ni en
el nivel territorial ni, mucho menos, en el nivel nacional que por lo general
no conoce el país.
Lo que sí se
sabe, es que la gestión pública territorial tiene gran responsabilidad en la
conducción de las comunidades en este momento de desconcierto y confusión, para
evitar el desborde de las expresiones populares y, sobre todo, para canalizar
procesos de construcción de futuro de manera pertinente, pragmática y flexible,
donde habrá mecanismos novedosos para diseñar acciones económicas y sociales,
pero sobre todo para controlar los fenómenos emocionales que sin duda, van a
interferir las políticas públicas de salud mental y demás factores que con
seguridad intervendrán en las condiciones de la pos-cuarentena.
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