La semana
pasada quedó comprobado que está ocurriendo algo trascendental en Colombia, lo que
fue anunciado el 27 de octubre con los resultados electorales: la ciudadanía ya
no aguanta más las políticas neoliberales que durante lo que va corrido del
presente siglo, para no ir más atrás, están azotando la dignidad humana. Ya la
gente reaccionó y está manifestando su protesta contra ellas, igual que en
muchos países del mundo occidental, donde el modelo del capitalismo rentista
impuesto por los fondos de inversión, está sacrificando principalmente a las
clases populares para satisfacer los desmedidos apetitos del capitalismo
financiero internacional. Pero las políticas neoliberales no dependen del
presidente, por lo cual no es razonable enfocar el ataque contra Duque. En el
Estado de Derecho, las acciones del gobierno siempre deben estar montadas sobre
una ley que las permita, por lo que el culpable, por encima del presidente que
presenta los proyectos de ley, es el Congreso que las aprueba.
Del
ordenamiento institucional del país y ante la situación del desorden social que
vendrá, se deducen varias reflexiones: existe una gran energía social acumulada
durante un quinto de siglo ocasionada por los golpes del neoliberalismo, la
cual requiere de un liderazgo apropiado y pertinente para que se convierta en
un proyecto político de largo alcance electoral; pero dicho liderazgo, ni
individual ni colectivo, se vislumbra todavía. Por la vía de las
manifestaciones y protestas públicas no se logra el cambio de las políticas
deteriorativas de la dignidad humana, sino mediante actos legislativos para
modificar normas constitucionales y leyes que permitan los actos de gobierno
necesarios. Por lo tanto, las elecciones determinantes del futuro próximo, no
serán las del presidente sino las del Congreso. Se necesitan congresistas que
voten los proyectos de ley considerando el interés general y el bien común, no
como sucede hoy, que los congresistas venden su voto a los lobistas, quienes
pagan coima para que decidan sobre leyes que benefician a los grupos económicos,
o le venden el voto al gobierno mediante mermelada, para aprobar las propuestas
neoliberales. Mientras el Congreso siga siendo el mismo, la situación de país
seguirá igual, así se haga paro todo el tiempo o se elija al presidente más
antineoliberal del mundo.
Lo
anterior significa que, más que marchas y paros, lo que se necesita es un
proceso pedagógico que propicie el cambio en la cultura política de la base
electoral. Mecanismos didácticos que neutralicen la propaganda sucia de los
neoliberales y que propicien la toma de conciencia sobre el sentido de las
políticas de gobierno. Se requiere una conciencia generalizada de que se debe
votar con base en el interés general y el bien público, en lugar del interés
personal del puesto, del contrato o de la paga por el voto. Se debe difundir un
patrón de comportamiento que neutralice la tendencia de ser miembro de la
clientela política de un gamonal electoral, para que se apoye a candidatos que
vayan al congreso de cambiar las normas legales que hoy permiten las políticas
neoliberales. Toda esa capacidad de movilización en los espacios públicos se
debe convertir de campañas de concientización casa a casa por los barrios y veredas
del país. La marcha del pasado 21 de noviembre y los actos de los días
siguientes, son la primera parte del proceso pero lo que sigue es cambiar a los
congresistas, por lo que la siguiente faena política debe ser propiciar un
cambio en los electores que conduzca a una nueva forma de definir el voto del
día de las elecciones.
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