Desde hace tres decenios se viene hablando en Colombia de la
descentralización administrativa, un invento de los neoliberales del mundo
creado para reducir la carga contra el presupuesto nacional, que a nosotros nos
vendieron con el argumento de mejorar la participación y con ello la
democracia, pero que, transcurrido todo este tiempo, no vemos tales beneficios
como se esperaba; en gran medida porque el mismo gobierno nacional ha realizado
todo tipo de maniobras para mantener el centralismo bogotano, sobre todo en lo
que se refiere al control de los recursos fiscales, pero también porque, para
alcanzar los propósitos sobre democracia, es más importante la
descentralización política.
La descentralización administrativa se ejecuta simplemente con el
traslado de competencias y responsabilidades al gobierno municipal, tal como se
ha hecho sin traslado de recursos, lo cual se realiza mediante normas legales y
actos administrativos. Pero esto no ha sido suficiente para tener los
beneficios anunciados por sus promotores, por cuanto lo fundamental para que
haya democracia participativa, es la intervención de la comunidad en el diseño
y construcción de su propio desarrollo, para lo cual es necesaria la
descentralización política.
Según lo señalan varios autores, la Descentralización Política es el
empoderamiento de las comunidades locales mediante el fortalecimiento de sus
competencias para intervenir en los procesos de gestión de las políticas
públicas necesarias para la solución de sus necesidades y problemas. Esto, por
supuesto, va más allá del simple discurso y requiere del cumplimiento de
requisitos y condiciones en materia de cohesión, organización, capacidad
técnica y operativa y también de los escenarios y mecanismos apropiados para la
conveniente relación Estado-Sociedad.
Pero en el país las condiciones y requisitos no se están dando, por lo
cual nos vemos frente una disyuntiva: la descentralización política es
absolutamente necesaria para avanzar hacia el horizonte deseado, pero existe un
vacío en cuando a escenarios y mecanismos idóneos para regular la relación
Estado-Sociedad. Toca entonces, suplir este faltante recurriendo a las
instituciones existentes, pensando en introducir los ajustes pertinentes para
que se pueda lograr el propósito.
Esto nos lleva a pensar que el concejo municipal, cuyo papel
actualmente es escaso y se limita a operar solo con dos procesos misionales,
aprobar acuerdos y realizar control político, ambos en el costado del Estado,
podría extender su misión hacia el otro costado y cumplir labores en el seno de
la sociedad, por supuesto diferentes a las de la politiquería que los
concejales individualmente realizan hoy. Implica una nueva legislación, para
que el organismo institucionalmente penetre en la construcción de escenarios y
mecanismos que neutralicen la dispersión social y la baja capacidad para
negociar, permitan aplicar la gobernanza y concertar políticas públicas con el
gobierno, empoderando por su intermedio las comunidades locales, quedando así
establecida una razonable opción para la descentralización política.
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