En el debate electoral para la presidencia que se está realizando, se
ha visto, sorpresivamente, gran acogida por el candidato Gustavo Petro, la que
se manifiesta a través de aglomeraciones plazas públicas, en los resultados de
las encuestas y en la opinión callejera de la gente. No se puede negar ni
desconocer, la magnitud del apoyo a este candidato, independientemente de los
resultados del 27 de mayo.
Ante dicho fenómeno político, y como suele ocurrir siempre, los “expertos”
bogotanos no se hicieron esperar y salieron a dar las explicaciones del caso, señalando
las causas del fenómeno y atribuyendo a Petro la culpa de los acontecimientos,
porque, según dicen ellos, este salió ante el público con un discurso
embaucador, engañoso, que se aprovecha de la ingenuidad de los jóvenes y con
argumentos populistas, captura a la gente y la aglutina alrededor de su
campaña.
Pero cuando se observan los antecedentes del actual proceso electoral y
se interroga a los simpatizantes del candidato, se encuentra que los “expertos”
están equivocados. Hubiera podido ser otro, que dentro del marco de la cultura
política caudillista que impera en Colombia, donde no importa la estructura
organizacional ni el partido político, como en este caso de Petro que no tiene
ni partido ni organización, un personaje con algún grado de carisma y algo de
credibilidad, se hubiera podido convertir en el fenómeno político de campaña.
Habría podido ser un miembro del Partido Liberal, si este partido no hubiera caído
desde hace quince años, en manos de la camarilla neoliberal de Gaviria, que está
llevando al abismo al histórico partido.
Lo que se aprecia es que no fue el candidato quien capturó a las masas,
sino las masas quienes capturaron al candidato. Antes del candidato, las masas
ya estaban ahí, listas, con la energía social acumulada para canalizarla hacia
una propuesta presidencial. Era el resultado de varios años durante los cuales
los medios de comunicación se encargaron de crear el descontento y la inconformidad
contra el establecimiento, que ha sido manejado con prácticas mafiosas donde la
corrupción y la impunidad sobresalen, mientras el grueso de la población se ahoga
en innumerables problemas de vida y en la descomposición social que cada vez
corroe más a fondo los cimientos morales y éticos de la organización social.
Por eso, los beneficiarios del actual estado de cosas, que preocupados por la
amenaza de Petro, han desplegado todo tipo de ataques para frenar el ímpetu de
su campaña, no han logrado mayores resultados porque a la gente no le importa
lo que digan del candidato. Ya desde antes de que el personaje surgiera, la
disposición a votar en contra de quienes durante los últimos años han
administrado el Estado por fuera de los más elementales principios de la ética
pública, estaba presente en el pensamiento de gran cantidad de electores.
No
hay tal, por lo tanto, que Petro está engañando incautos, por cuanto su
propuesta no es otra que la de regresar el país al modelo económico que existía
en Colombia antes de 1980 y aplicar políticas concordantes con la plataforma
del Partido Liberal aprobada en el año 2002. Son precisamente quienes hoy se
oponen a esta candidatura, quienes más han fortalecido su campaña aportando potenciales
votantes, que desde mucho antes de que el candidato saliera al escenario
político, ya estaban en disposición de votar en contra de las costumbres
politiqueras tradicionales, por lo cual está claro que Petro no es causa sino consecuencia.
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