En
estos días que se adelantan las diversas campañas electorales, se escucha un
sin número de iniciativas y eslogan de campaña, tenientes a convencer al
electorado que voten a su favor, usando este recurso de marketing político que
ahora ha tomado fuerza tal vez por recomendación de los expertos en mercadeo
electoral, que toman como base la norma del voto programático y por la
reiterada crítica a la compra vulgar de votos con dinero o con especie. Claro,
los candidatos a la presidencia deben inscribir un programa; pero no son de
trascendencia las propuestas de los candidatos al Congreso donde su tarea se
limita a votar a favor o en contra de los proyectos de ley. Distinto fuera que
su compromiso se concentrara en ofrecer que su voto se condicionará a que la
ley sea de beneficio para los grupos más necesitados y no, como sucede ahora,
que los congresistas votan sin importar el contenido de las leyes sino a cambio
de puestos y contratos, bajo el esquema que se ha popularizado con el nombre de
“mermelada”.
Algunas
ideas son sensatas, otras atrevidas y otras soñadoras. Hay de todo como en
botica. Pero a ninguno se le ha escuchado, cómo afrontar la realidad de los
condicionantes impuestos por las fuerzas políticas superiores que limitan la
acción del legislativo y del gobierno.
Por
encima de las iniciativas de los políticos, hoy candidatos, están la
Constitución y las reglas que rigen el ordenamiento mundial como el Consenso de
Washington, el tratado de la OMC, las reglas del FMI y demás pactos
internacionales que Colombia ha suscrito obedeciendo las imposiciones
realizadas por las elites de poder económico mundial. La Constitución Política
que, como se ha demostrado, fue influenciada por el IIE desde Washington, quita
al gobierno las facultades para manejar la política macroeconómica y reduce la
política fiscal al simple pago del servicio de la deuda, bajo el patrón impuesto
por la Ley 51 de 1990. Así que los grandes problemas nacionales, como la
estructura de financiamiento del Estado y lo que hoy llaman la crisis fiscal,
solo se pueden solucionar si desaparecen los factores que, precisamente, los
han generado.
Ni
el Congreso y mucho menos el gobierno, tienen la competencia para erradicar del
todo el origen de los males cuya raíz está en el modelo neoliberal que impera
en la economía mundial para favorecer a los grupos financieros y los grandes
fondos de inversión donde se concentra la gran magnitud de la riqueza global.
Entonces, el Congreso con sus leyes y el Gobierno con sus políticas públicas,
solo tienen un margen estrecho para moverse, del cual hay que lograr, aunque
sea el sombrero del ahogado. Es lo que puede distinguir las propuestas de
campaña que solo tienen dos alternativas: o se favorece a los ricos o se
favorece a los pobres, dentro del vaivén que llaman de derecha o de izquierda.
Por lo tanto, siendo así la situación, con los poderosos limitantes reales que
existen, los esfuerzos de los candidatos por difundir iniciativas no pasan de
ser el simple desgaste de las propuestas de campaña.
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