Con la entrega del Premio Nobel de Economía a Richard Thaler por su
contribución a la economía conductual que analiza las
consecuencias de los mecanismos psicológicos y sociales en las decisiones de
los consumidores, nuevamente se coloca sobre la mesa el viejo tema, introducido
en la teoría desde finales del Siglo XIX por los marginalistas, basado en la
conducta del consumidor que ellos incluyeron en la Función Demanda, como una de
las variables que determina el comportamiento de una de las fuerzas del
mercado. Ahora en este siglo, Thaler profundiza en el tema y deja de lado los
supuestos tradicionales de la economía ortodoxa, que considera la racionalidad
del consumidor como el mecanismo que define su conducta, con base en
raciocinios orientados a la maximización de su utilidad. Thaler considera que
la conducta del consumidor tiene un fenómeno de impulso sin la racionalidad
capitalista que antes se consideraba y que esto está repercutiendo notoriamente
en los mercados, que ahora son globales.
Pero el tema viene al cuento, no por el caso del citado premio al
economista gringo, sino porque también se relaciona con una situación que
cotidianamente vivimos todas las personas del común, cuando se trata de
consumir los bienes públicos, que la teoría económica ortodoxa, o sea la que
alimenta la Teoría de los Precios, no ha reconocido en la esfera académica pero
que se manifiesta en el diario vivir. La teoría marginalista caracteriza los
bienes públicos según dos principios, el de no exclusión y el de no
divisibilidad, que no viene al caso entrar en detalle en un artículo
periodístico; otro enfoque identifica estos bienes por su relación con la ley
de la naturaleza y su dependencia frente a los factores biológicos de la
especie humana; y la norma dice que lo público es lo de interés general que nos
compete a todos y esto se da por el carácter natural que todos los individuos
de la especie poseen.
Con ello surge la diferencia entre los bienes públicos y los bienes
privados, estos últimos suficientemente estudiados por la economía ortodoxa,
donde los primeros presentan una conducta del consumidor que tiene un factor
instintivo sin la racionalidad capitalista de la teoría tradicional, que ahora
con Thaler se comienza a abrir campo en la esfera académica de los países
desarrollados, o sea los que imponen los paradigmas del conocimiento a los
demás países como Colombia. El haber otorgado el premio nobel por un trabajo
sobre economía conductual que se aleja de la ortodoxia sobre comportamiento del
consumidor, le abre las puertas al concepto de lo público basado en la ley
natural y comienza a reconocer que las decisiones de las personas cuando se
trata de consumir bienes públicos conllevan un componente instintivo que en
muchos casos genera manifestaciones irracionales propias del comportamiento
animal. Y así, la privatización de lo público y los empresarios voraces que
creen que los bienes públicos son solamente para llenarse los bolsillos, se ven
obligados a incluir otras consideraciones para el establecimiento de
estrategias de marketing, diferentes a la racionalidad de los bienes privados y
apropiada a la racionalidad en los bienes públicos.
Profesor Miguel: Y es que la voracidad del sector privado ha alargado sus fauces para deglutirse todo lo público bajo el falso paradigma de que los privados son mejores administradores. Hay que recomponer los paradigmas para que el sector privado piense en el bien público respondiendo al interés general y las alianzas público privadas no ser pensadas para llenar las arcas sin fondo del capital privado.
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