martes, 4 de agosto de 2015

LA SAL DE CELINA

Hoy han pasado seis meses desde el fallecimiento de Celina González, una de las más grandes exponentes de la música cubana, quien junto a Reutilio, primero su esposo y luego su hijo, hizo gozar a miles de latinoamericanos durante buena parte del siglo pasado. El 4 de febrero de 2015 partió hacia la eternidad.

Recuerdo muy bien en diciembre de 1987, durante la realización de la Feria de Cali, el empresario James Durán había contratado cuatro grupos musicales para amenizar la rumba de feria: el colombiano Lisandro Meza, el de Puerto Rico Costa Brava  y los cubanos Conjunto Caney, que a propósito sonaba igual a la Sonora Matancera,  y Celina y Reutilio. Para maximizar la contratación, Durán había tomado durante el periodo ferial las instalaciones de la discoteca “Los Años Locos” en Imbanaco, de modo que los grupos alternaban sus presentaciones entre la discoteca “Los Compadres”, de su propiedad, y la transitoria en el sur de Cali.

Yo había tomado en alquiler para el período las instalaciones del restaurante de “Los años Locos” con miras a ganarme algunos pesos en época ferial, donde pretendíamos atender a los borrachitos con plantos de comida criolla. Cuán grande fue mi agradable sorpresa al ver el primer día de presentaciones, entrar al establecimiento y acercarse a mí, a Celina directamente, quien me solicitó que si le podía obsequiar un poco de sal y una tapa de limón. Con mucho gusto, maestra, le dije y procedí a servir en un platillo de los que se usan para asentar el pocillo con tinto, un poco de sal; partí un limón en dos tapas, las coloqué en otro platillo y se las ofrecí en el mostrador.

Celina me agradeció de manera muy amable, tomó una tapa de limón, la impregnó con sal y procedió a chupar con fuerza reteniendo en la garganta la mezcla. Luego repitió con la segunda tapa de limón y al finalizar me dijo: “oye muchacho: llevo diecisiete años haciendo esto mismo antes de subir a la tarima. Es muy bueno para aclarar la voz”. Yo solo atine a contestarle: “ahh, que bueno”. En seguida salió, subió al escenario y comenzó a cantar.

Fueron cinco días seguidos. A partir del segundo y cuando se anunciaba la presentación de Celina, ya yo sabía que ella llegaría por su limón con sal y le tenía listos los platillos.


Sin duda, esta anécdota es una de las que recuerdo de mi vida y también una de las que más satisfacción me produce al saber que yo, unos días, le había colmado a la gran cantante su requerimiento para mejor cantar y desde entonces, siempre que escucho alguna canción de ella no dejo de recordar el episodio de la sal de Celina. 

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