Las élites de poder
en Colombia, tradicionalmente se han caracterizado por ser sumisas frente a los
dictámenes de los poderosos del mundo y entreguistas de los intereses
nacionales a favor de las conveniencias de los grupos extranjeros. Esto ha sido
un factor de lamentaciones de quienes han tomado posturas nacionalistas, pero
siempre se ha impuesto la continuidad de la tendencia en contra de los
requerimientos del país. Adicionalmente, los grupos de izquierda, dentro del
marco conceptual del Materialismo Histórico, han inscrito la contradicción interna
en la confrontación entre poseedores de medios de producción y quienes no los
tienen. Habían dicho que, para los de abajo, todos los capitalistas son iguales
independientemente de su lugar de origen.
Pero actualmente,
después del cambio del tipo de capitalismo que se introdujo en los años ochenta
del siglo pasado bajo el abrigo de la globalización mundial, las condiciones de
la economía y sus efectos en la realidad sociopolítica, obligan a mirar los
temas de manera diferente. La concentración de la riqueza del mundo en los
sectores terciarios y el desecamiento del aparato productivo que avanza secularmente,
obligan a tomar posiciones distinguiendo los bandos, ya no de pobres y ricos,
sino de intereses nacionales e intereses extranjeros. Ahora hay que distinguir
un rico colombiano de un rico extranjero y por supuesto, aceptar y tolerar la
necesidad de que haya ricos colombianos, porque en el capitalismo, el
desarrollo económico sólo es posible si un gran número de empresarios elevan su
acumulación de capital.
En años anteriores
se cuestionó y se atacó la actividad de la caña de azúcar en el valle
geográfico del río Cauca. Se criticó el monocultivo por sus efectos ambientales
en el suelo, debido al uso intensivo de agua, y en el aire por la pavesa; también
se cuestionó por la limitación de tierra para otros cultivos y con otros
argumentos más. Por supuesto, sin desconocer el papel de esta industria en la
modernización de la economía regional durante buena parte del siglo XX, a los
azucareros se les miraba con malestar.
Pero hoy, hay que reconocer, en primer lugar, que son
colombianos y que los intereses de sus empresas contribuyen a la riqueza
nacional. En segundo lugar, que hacen parte del aparato productivo que, ante la
realidad de la economía no solo colombiana sino mundial, hay que proteger para
bien de la humanidad porque el Capitalismo Rentista que concentra el poder en
los fondos y la banca de inversión, está destruyendo las bases de la economía de
los sectores productivos. En tercer lugar, que la actividad azucarera es una
fuente importante de divisas; más hoy, cuya escasez ha propiciado la elevación
del precio del dólar. En cuarto lugar, que se genera muchos empleos directos e
indirectos; y en quinto lugar, que hace parte de la identidad cultural y del
patrimonio sentimental del territorio. Por eso, ante los embates de las fuerzas
de poder internacional, que atacan con argumentos típicos neoliberales, hay que
consolidar la defensa de los azucareros sobre la base de que,
independientemente de quiénes son sus propietarios, es necesario aprovechar y
fortalecer el patrimonio nacional para poder vivir lo nuestro.
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