Hasta los años
ochenta del siglo pasado la guerrilla tenía algún sentido político y
sociológico; pues sobre la base del derecho a la rebelión se había montado una
argumentación que justificaba la lucha armada
para la toma del poder, desde donde se introduciría un nuevo sistema económico
que acabaría con la injusticia social y la desigualdad propias del sistema
capitalista industrial que para esa época llevaba ya dos siglos.
Pero terminado ese
decenio de transición se introdujo el nuevo capitalismo, el capitalismo
rentista o capitalismo postindustrial, que se consolidó en los años noventa. El
discurso revolucionario se derrumbó, porque la propuesta del nuevo sistema con
economía planificada había fracasado por varios motivos entre los que se
destacan: que quienes lo introdujeron
cambiaron el sistema económico pero no el estilo de desarrollo; porque el
régimen político establecido resultó más dañino que el régimen democrático y
porque el aparato productivo se adormeció bajando la productividad y con ello
la competitividad que se volvía esencial en un mundo ya globalizado; además de
todas las presiones del mundo capitalista para destruir dicho sistema.
En ese mismo
decenio de los ochenta se consolidaron las mafias del narcotráfico y el campo
colombiano se inundó de cultivos y actividades relacionadas con esa actividad,
así que se formó el caldo de cultivo para la criminalización de la guerrilla y
la conversión de grupos políticos en bandas delincuenciales cuya existencia se
justifica por ser un modus vivendi de sus propios miembros. Por supuesto, el
enfrentamiento militar con la fuerza pública se desvirtuó y con ello la
práctica violenta se dedicó sólo a garantizar su dominación en los territorios donde
tenían presencia.
Consecuencialmente,
la simpatía que hace cincuenta años despertaba la lucha guerrillera se
transformó en motivo de odio y rechazo por parte de las comunidades y con ello
quedó consagrado el fracaso de la lucha militar o sea que nunca se podrán tomar
el poder; pues un requisito histórico del éxito de una revolución es el
respaldo y apoyo masivo de las bases sociales sin el cual no es posible
alcanzar el objetivo político. Hoy casi todos los colombianos sienten odio por
la guerrilla y les complace cualquier idea que signifique su destrucción.
Así, en lugar de lograr los resultados políticos a
favor de la izquierda y el cambio social, los efectos han sido todo lo
contrario. Se ha fortalecido el pensamiento de extrema derecha, no porque la
gente simpatice con las políticas que privilegian a los ricos y justifican la
pobreza, sino por la reacción en contra, tampoco del proceso revolucionario
como tal, sino de la conducta de los psicópatas que han dirigido esos grupos
cuya argumentación política se sale de cualquier racionalidad histórica y más
bien se han convertido en el factor principal del fortalecimiento del uribismo.
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