miércoles, 6 de mayo de 2015

EL VACÍO DE PROGRAMAS

Nuevamente este año electoral, en el que esperábamos algún cambio en la práctica política como consecuencia de la pérdida de imagen de los dirigentes, se repiten las manías ya tradicionales en el régimen democrático colombiano. Los aspirantes andan desesperados buscando el aval, ese artificio que las élites de poder crearon para cercenar la democracia y limitarla sólo a los círculos cerrados de la clientela y los borregos, sin el cual no es posible inscribir candidaturas; pues el cuento de las firmas se acerca más a la utopía que la posibilidad real debido a los altos costos y al tiempo necesario para lograrlas. Complementariamente, se dedican a realizar esfuerzos de la mecánica consiguiendo adhesiones de los microempresarios electorales, de cuya sumatoria depende el triunfo. Cada líder de barrio o vereda que maneja un grupo de electores pone su precio, por lo que el asunto político se reduce a la pura negociación mercantilista. No obstante, como dice Carlos Cañar, “La opinión pública les reclama propuestas y programas a los candidatos y, por lo que se percibe, la gente no quiere escuchar más de lo mismo. Es decir, no se refleja nada nuevo en el espectro político tanto en el escenario local como en el regional”.

Si bien es cierto la Ley 131 de 1994 establece la obligación de someter a consideración ciudadana un programa de gobierno, las autoridades electorales y el ministerio público son tolerantes y los candidatos hacen caso omiso de la norma. Por lo general y para cumplir el requisito en la inscripción de la candidatura, el día anterior escriben en un papel cualquier barrabasada que refleja los compromisos de campaña o los discursos del candidato, pero sin ningún requisito metodológico para equiparar el programa a un proyecto político, como debería ser según los cánones de la gestión pública moderna.

No solo por mandado de la ley, sino porque la cabeza de proceso de todo ejercicio de planificación, como primera fase de la gestión, debe ser el proyecto político, una campaña respetuosa de la ciudadanía y de las instituciones, debe darle la relevancia e importancia que se merece el programa de gobierno. Pero esto no sucede. Pues nadie gana las elecciones con base en un programa sino a punta de votos y los programas no dan votos. Cosas de la cultura política criolla.

Por más que se insista ante la opinión pública en que la confrontación electoral no es entre candidatos sino entre propuestas, los electores se fijan más en la foto de los afiches que en las ideas que llevan en la cabeza, pero sobre todo, les interesa más los beneficios personales que les promete el candidato que el bien común que se obtiene de la elección, imponiéndose siempre el interés individual por encima del interés general, por lo cual a los candidatos no les importa dejar en su campaña el vacío de programas. 

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