El bochinche de la
semana pasada en el mundo político regional fue el caso de los acuerdos o
componendas electorales que tradicionalmente realizan los dirigentes de los
partidos oficiales para afrontar los comicios. Unos dicen que son malos y otros
que son buenos porque constituyen ya una práctica acostumbrada del régimen
político, que se llama “Régimen Democrático”, aunque las características de operación
en nada se asemejan a la raíz etimológica de la palabra que lleva por título.
Pues una cosa era la democracia directa que inventaron los griegos por allá cuatro
siglos antes de Cristo cuando los elegidos surgían de abajo hacia arriba, es
decir del seno de la comunidad y otra bien diferente es hoy cuando los
candidatos se designan en conciliábulos que luego imponen a los electores
mediante técnicas de marketing como cualquier mercancía, o mediante la compra
de votos. Claro que la mayoría de elegidos casi siempre dicen que ellos son
sacrificados, que el pueblo los eligió contra su voluntad.
Por supuesto, en
las condiciones del régimen político colombiano, ningún candidato sale elegido
sin que previamente haya una coalición que realice la mecánica electoral a su
favor; pues la cultura política no permite votar libre y voluntariamente por
una propuesta o programa de gobierno, sino en contadas excepciones que llaman
“voto de opinión"; porque el grueso de la votación es el resultado los
esfuerzos de marketing electoral. Por eso los caciques políticos ven normal y
sano que se celebren los acuerdos entre microempresas electorales para alcanzar
el volumen suficiente que les proporcione el triunfo.
Desde ese punto de
vista, el de las características del régimen político, las componendas son
normales. De modo que no se podría censurar el hecho por simplemente
realizarlo. Pero no todos los acuerdos son iguales por lo tanto algunos son
reprochables y otros no. Pues sin el arreglo es para defender lo público,
sobreponiendo el interés general y el bien común por encima de los intereses
particulares, dicha componenda es favorable a la sociedad y merecería aplausos.
Pero si el acuerdo es para monopolizar y perpetuarse en el poder utilizando las
instituciones para beneficio personal o grupal, imponiendo el interés particular
por encima del interés general, y peor aún, si el arreglo es para saquera los
bienes públicos y repartirse el fisco, esta práctica es absolutamente perversa.
Falta ver en cada región que atributos presentan los
diferentes acuerdos electorales para juzgarlos y calificarlos cada uno según su
propósitos; pero en todos los casos toca aceptar que los arreglos y componendas
son una costumbre que ha hecho carrera y constituyen uno de los artilugios del
régimen político.
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