miércoles, 24 de febrero de 2016

EL RETO DE LA INFORMALIDAD

Cada que llega nuevo alcalde a los principales municipios colombianos, las expectativas sobre problemas que la anterior administración no logró resolver vuelven a ocupar las prioridades de la agenda gubernamental, donde algunos de ellos son derivados del fenómeno de la informalidad, propia de los países subdesarrollados o del Tercer Mundo como les llamaban hace medio siglo. Bien recordamos en los años ochenta del siglo pasado, trabajos como el de la Economía Descalza de Manfred Max-Neef o El Otro Sendero de Hernando de Soto, entre otros, autores suramericanos que metieron el dedo en la llaga en sus reflexiones acerca de las posibilidades de alcanzar los niveles de desarrollo al estilo europeo o norteamericano.

Del trabajo de Max-Neef, por ejemplo, se desprende la conclusión de que el desarrollo está más en la mente que en la realidad. Es la cultura o idiosincrasia la que marca las pautas que ponen a soñar a la gente sobre visiones o metas que no tienen factibilidad en Latinoamérica y África. A esto le agregamos los trabajos de los estructuralistas de la CEPAL con su concepto de Estilo de Desarrollo, para finalmente entender que la realidad del subdesarrollo es un fenómeno que debemos aprender a gerenciar.

De la informalidad surgen los vendedores ambulantes con la ocupación del espacio público, los mototaxistas, los múltiples oficios callejeros que se han diversificado y en general, todo tipo de actividades de rebusque que el desempleo y las necesidades básicas impulsan haciendo de ellas fenómenos públicos que presionan a los gobernantes locales y generan conflictos cuya solución no se ha podido alcanzar en las últimas décadas, cuando han venido en aumento.

Negar el subdesarrollo y soñar con encontrar soluciones sociológicas, económicas y fisicoespaciales al estilo de Norteamérica y Europa ha sido una falacia en que se han empeñado muchos gobiernos municipales pero los problemas persisten. La Corte Constitucional ha entrado a terciar en el asunto fijando posturas con base en los derechos, pero el campo jurídico es superado por las realidades institucionales que no lograr resolver lo que la energía social desborda motivada por el instinto.

Según algunos pensadores, la solución es mediante un tercer camino donde ni se queme al santo ni se deje oscuro. No es conveniente dejar la informalidad a merced de la anarquía y los movimientos espontáneos de las masas, pero tampoco es procedente meter estos fenómenos en los cánones de la institucionalidad moderna. Para ellos, es necesario crear una nueva institucionalidad que garantice el orden y la formalidad, pero con base en patrones ajustados a la realidad cultural y socioeconómica del subdesarrollo. Probablemente se requiere un piso jurídico que se debe crear mediante ley, pero también es posible que dentro de las competencias de los gobiernos locales y utilizando los instrumentos de gerencia pública que la ley ha puesto en sus manos, los alcaldes puedan con más facilidad manejar el reto de la informalidad.

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