Cada
que llega nuevo alcalde a los principales municipios colombianos, las
expectativas sobre problemas que la anterior administración no logró resolver
vuelven a ocupar las prioridades de la agenda gubernamental, donde algunos de
ellos son derivados del fenómeno de la informalidad, propia de los países
subdesarrollados o del Tercer Mundo como les llamaban hace medio siglo. Bien
recordamos en los años ochenta del siglo pasado, trabajos como el de la Economía
Descalza de Manfred Max-Neef o El Otro Sendero de Hernando de Soto, entre
otros, autores suramericanos que metieron el dedo en la llaga en sus
reflexiones acerca de las posibilidades de alcanzar los niveles de desarrollo
al estilo europeo o norteamericano.
Del
trabajo de Max-Neef, por ejemplo, se desprende la conclusión de que el
desarrollo está más en la mente que en la realidad. Es la cultura o
idiosincrasia la que marca las pautas que ponen a soñar a la gente sobre
visiones o metas que no tienen factibilidad en Latinoamérica y África. A esto
le agregamos los trabajos de los estructuralistas de la CEPAL con su concepto
de Estilo de Desarrollo, para finalmente entender que la realidad del
subdesarrollo es un fenómeno que debemos aprender a gerenciar.
De
la informalidad surgen los vendedores ambulantes con la ocupación del espacio
público, los mototaxistas, los múltiples oficios callejeros que se han
diversificado y en general, todo tipo de actividades de rebusque que el
desempleo y las necesidades básicas impulsan haciendo de ellas fenómenos
públicos que presionan a los gobernantes locales y generan conflictos cuya
solución no se ha podido alcanzar en las últimas décadas, cuando han venido en
aumento.
Negar
el subdesarrollo y soñar con encontrar soluciones sociológicas, económicas y
fisicoespaciales al estilo de Norteamérica y Europa ha sido una falacia en que
se han empeñado muchos gobiernos municipales pero los problemas persisten. La
Corte Constitucional ha entrado a terciar en el asunto fijando posturas con
base en los derechos, pero el campo jurídico es superado por las realidades
institucionales que no lograr resolver lo que la energía social desborda
motivada por el instinto.
Según
algunos pensadores, la solución es mediante un tercer camino donde ni se queme
al santo ni se deje oscuro. No es conveniente dejar la informalidad a merced de
la anarquía y los movimientos espontáneos de las masas, pero tampoco es
procedente meter estos fenómenos en los cánones de la institucionalidad
moderna. Para ellos, es necesario crear una nueva institucionalidad que
garantice el orden y la formalidad, pero con base en patrones ajustados a la
realidad cultural y socioeconómica del subdesarrollo. Probablemente se requiere
un piso jurídico que se debe crear mediante ley, pero también es posible que
dentro de las competencias de los gobiernos locales y utilizando los
instrumentos de gerencia pública que la ley ha puesto en sus manos, los
alcaldes puedan con más facilidad manejar el reto de la informalidad.
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