Claro que las preocupaciones por el estado de la
cuenca del río Molino son bien justificadas. Las amenazas de deslizamientos y
remociones en masa que se observan a simple vista en la zona de Santa Bárbara
son de gran magnitud y de solo observarlas se presume que sus efectos pueden
ser catastróficos. Por ello, tanto las instituciones como la comunidad en
general está comentando el caso y la zozobra está en el orden del día.
Como dice el refrán que los dedos sólo se levantan
cuando se siente el tropezón, que sea este un motivo para pensar y preocuparse
por otros fenómenos y situaciones ambientales que también existen en el
municipio de Popayán, pero que no han sido factor de inquietud colectiva y por ello no se les ha puesto
interés, a pesar de que desde hace muchas décadas, se tiene conocimiento de ellas.
Lo cierto es que las condiciones de los recursos naturales y los ecosistemas
municipales en la actualidad no es que sean un dechado de virtudes. Parece que
los organismos del Estado y la conciencia ciudadana de varias generaciones no
han sido suficientemente consecuentes en su comportamiento, con los
requerimientos del ambiente en concordancia con las necesidades humanas.
Ahora que se está realizando por parte de la
Alcaldía Municipal el estudio de la Estructura Ecológica Municipal de Popayán,
se puede evidenciar que durante tantos años, la presión antrópica descontrolada
y la ausencia de mecanismos eficaces de gestión han sido inferiores a las
exigencias de la conservación para la sostenibilidad de los ecosistemas. La
cuenda del río Piedras, por ejemplo, y a pesar de los esfuerzos de la Fundación
que desde tiempo atrás viene luchando por el manejo adecuado, no está a la
altura de la importancia del servicio que presta como proveedora del agua que
alimenta a Popayán, sin contar con otros procesos sociales y económicos que se
nutren con los bienes que suministra la cuenca.
Por lo tanto, qué decir de otros ecosistemas como
los de los ríos Ejido, Negro, Pubús, Quitacalzón, los cerros tutelares, los
parches de bosque entre los ríos Ejido y
Molino, los del peniplano en el occidente de la ciudad, que han estado a merced
de los procesos espontáneos de las comunidades. Y lo más preocupante, los ecosistemas urbanos
que parecen no tener dolientes en el seno de la comunidad.
Los alrededores de la ciudad ya no brindan lo
que vivimos en la infancia cuando hacíamos paseos de olla a Los Dos Brazos, Las
Dos Agüitas, Saté o Pisojé. Los efectos de la expansión urbana sin la adecuada
regulación territorial, en su mayoría como consecuencia del terremoto de 1983,
hoy muestra una situación que deja muy pocas satisfacciones, por lo que es hora
de pensar y actuar sobre la base de que en materia de gerencia pública
ambiental lo que debe estar en la agenda no es sólo el río Molino.
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