miércoles, 12 de marzo de 2014

NO ES SOLO EL RIO MOLINO

Claro que las preocupaciones por el estado de la cuenca del río Molino son bien justificadas. Las amenazas de deslizamientos y remociones en masa que se observan a simple vista en la zona de Santa Bárbara son de gran magnitud y de solo observarlas se presume que sus efectos pueden ser catastróficos. Por ello, tanto las instituciones como la comunidad en general está comentando el caso y la zozobra está en el orden del día.

Como dice el refrán que los dedos sólo se levantan cuando se siente el tropezón, que sea este un motivo para pensar y preocuparse por otros fenómenos y situaciones ambientales que también existen en el municipio de Popayán, pero que no han sido factor de inquietud  colectiva y por ello no se les ha puesto interés, a pesar de que desde hace muchas décadas, se tiene conocimiento de ellas. Lo cierto es que las condiciones de los recursos naturales y los ecosistemas municipales en la actualidad no es que sean un dechado de virtudes. Parece que los organismos del Estado y la conciencia ciudadana de varias generaciones no han sido suficientemente consecuentes en su comportamiento, con los requerimientos del ambiente en concordancia con las necesidades humanas.

Ahora que se está realizando por parte de la Alcaldía Municipal el estudio de la Estructura Ecológica Municipal de Popayán, se puede evidenciar que durante tantos años, la presión antrópica descontrolada y la ausencia de mecanismos eficaces de gestión han sido inferiores a las exigencias de la conservación para la sostenibilidad de los ecosistemas. La cuenda del río Piedras, por ejemplo, y a pesar de los esfuerzos de la Fundación que desde tiempo atrás viene luchando por el manejo adecuado, no está a la altura de la importancia del servicio que presta como proveedora del agua que alimenta a Popayán, sin contar con otros procesos sociales y económicos que se nutren con los bienes que suministra la cuenca.

Por lo tanto, qué decir de otros ecosistemas como los de los ríos Ejido, Negro, Pubús, Quitacalzón, los cerros tutelares, los parches de bosque  entre los ríos Ejido y Molino, los del peniplano en el occidente de la ciudad, que han estado a merced de los procesos espontáneos de las comunidades.  Y lo más preocupante, los ecosistemas urbanos que parecen no tener dolientes en el seno de la comunidad.

Los alrededores de la ciudad ya no brindan lo que vivimos en la infancia cuando hacíamos paseos de olla a Los Dos Brazos, Las Dos Agüitas, Saté o Pisojé. Los efectos de la expansión urbana sin la adecuada regulación territorial, en su mayoría como consecuencia del terremoto de 1983, hoy muestra una situación que deja muy pocas satisfacciones, por lo que es hora de pensar y actuar sobre la base de que en materia de gerencia pública ambiental lo que debe estar en la agenda no es sólo el río Molino.

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