martes, 10 de diciembre de 2013

LAS AFRENTAS CONTRA LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA

Cuando se estableció por la vía constitucional, hace ya más de un cuarto de siglo, la elección popular de los alcaldes, se nos vendió el cuento con el argumento de que esa norma era para fortalecer la Democracia Participativa, introducir la descentralización administrativa y acercar más el Estado a la ciudadanía.

Hoy, después que han transcurrido varios períodos de gobierno y sendas elecciones, podemos hacer un balance y sacar conclusiones, las cuales no son justamente, concordantes con los argumentos expuestos en 1987. Los hechos muestran que en centenares de municipios, en lugar de fortalecerse la democracia participativa, lo que se ha fortalecido son ciertas mafias locales que ponen el alcalde. Algunos grupos ilegales y otros legales pero que utilizan procedimientos mafiosos para lograr sus fines, usando el poder económico y el movimiento de altas sumas de dinero para el efecto, en concordancia con las características del régimen político colombiano donde los gobernantes no se eligen sino que se compran gracias a nuestra cultura política que es como para enmarcar, determinan quien debe ocupar el cargo de la primera autoridad administrativa municipal.

Ahora le ha surgido otro oprobio a la democracia participativa por cuenta de un funcionario al que le han entregado, nada más ni nada menos, que la rectoría del Ministerio Público y quien está caracterizando su gestión con el uso indebido del poder, el cual ejerce basado en sus pasiones personales, con sentido subjetivo y tendencioso, como se puede ver en el caso de la destitución del Alcalde Mayor de Bogotá.

No se entiende la organización del Estado colombiano, que en el papel dice una cosa y en los hechos se observan otras diferentes. No solamente por lo comentado ampliamente sobre las facultades de un funcionario, designado mediante procedimientos clientelistas, para destituir a otro elegido por el elector primario, sino también por el hecho de tomar decisiones basadas en argumentos técnicos y no en argumentos legales. ¿Quién le dijo al Procurador que él tiene facultades para juzgar un modelo de gestión pública? ¿Acaso el código único disciplinario establece normas para afirmar cuáles son los modelos de gerencia pública buenos y malos? Si los argumentos de forma que utilizó el Procurador son válidos por la basura regada en las calles durante dos días, entonces hay que destituir por lo menos a medio millar de alcaldes. 

Pero lo más grave es que está en juego la esencia del Estado; si a un funcionario se le sanciona porque trata de rescatar lo público para su nicho natural, entonces qué va a pasar con lo público? Independientemente de la calidad de la gestión de Petro, lo que se debe considerar es el trasfondo, porque el servicio del Estado no puede estar a merced de la politiquería y el apasionamiento de funcionarios como Ordóñez, quien con sus actos está incrementado el número de las afrentas contra la Democracia Participativa.

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