Parodiando a Manfred Max Neef, tendríamos que afirmar
que ahora podemos decirle a la gente de la pobreza extrema como la que reside
en Ciudad Bolívar de Bogotá, el Distrito de Aguablanca en Cali o en el sector
suroccidental de Popayán, que hoy deben estar felices, que no se preocupen, que
no se enfermen y que no se angustien, porque a Colombia le otorgaron la
calificación BBB+.
La semana pasada, el gran revuelo en las altas
esferas del gobierno, lo causó la noticia de que la calificadora internacional
de riesgos Estándar and Poor’s (S & P), una de las firmas de este género
más prestigiosas, calificó a nuestro país elevándolo de la nota BBB Menos al
nivel BBB, la mejor calificación que haya tenido la deuda colombiana desde que
existe ese mecanismo. Ni corto ni perezoso, el hijo de Cárdenas quien estaba en
Perú, salió por las cadenas radiales a manifestar su complacencia y ante la
pregunta del esbirro del gran capital Arismendi, no vaciló en afirmar que los pobres se van a
beneficiar con el trivial argumento de que la baja en los intereses pagados se
convertiría en gasto social.
La calificación de la deuda colombiana en nada
beneficia a los pobres; esto es simplemente una señal para los especuladores
internacionales del dinero, tal como la señal que manda el Banco de la
República sobre la meta de inflación, que les indica a los capitalistas del
mundo, qué tan tranquilos pueden estar si traen sus dineros a ganar plata en
este país, comprando los papeles que emite el tesoro público. La buena
calificación de S & P significa que el gobierno colombiano es servil,
sumiso y arrodillado, que no le importa recortar el presupuesto para el gasto
social, porque en primer lugar y como primera prioridad, está pagarle cumplidamente
el principal y los intereses a los rentistas que hayan cogido el Estado
colombiano como marrano para su lucrativo negocio.
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