Los resultados de las elecciones del domingo pasado no dejan sorpresas,
a pesar del entusiasmo y fervor que se observó en la campaña del candidato anti-establecimiento,
que asustó a los políticos tradicionales pero que, según la lógica de la
historia, no era posible que sobrepasara al candidato de las elites de poder de
la noche a la mañana, sin que se viviera un proceso consecuente con la cultura
política colombiana.
En lo socioeconómico, probablemente no se verán cambios durante los
próximos cuatro años. El mismo Capitalismo Rentista con su soporte
paradigmático en el pensamiento neoliberal, seguirá imponiendo las políticas
que siempre han respondido a sus intereses. El eje será la política fiscal
dedicada casi exclusivamente a pagar cumplido el servicio de la deuda, para
satisfacer a los especuladores internacionales del dinero, complementada con
una política monetaria de control a la inflación y reforzada con la
privatización de los bienes públicos, todo para bajar el Gasto Público, que es
lo que quita el sueño a los neoliberales, para no poner en riesgo el pago de la
deuda.
Pero en el campo político sí es probable que se generen fenómenos
nuevos e impredecibles antes del proceso electoral, donde se evidencia que el
“voto en contra” otra vez tuvo protagonismo, como en el plebiscito y en la
primera vuelta. Cuántos votos a favor de Duque son el resultado del temor
ocasionado por la propaganda negra en contra de Petro y cuántos por la rabia en
contra de la vieja izquierda del siglo pasado? Así mismo, no se puede creer que
hay 8 millones de simpatizantes de Petro y que no existen los ciudadanos que
están cansados de ver la forma como las elites tradicionales de poder manejan
el Estado y administran la cosa pública.
Y si profundizamos un poco en la reflexión, podemos pensar que, de
todas maneras, se está iniciando un cambio en las costumbres políticas y, por
qué no, en la cultura política colombiana. Hoy hay 8 millones de ciudadanos que
no votaron a cambio de prebendas personales, puestos, contratos o dinero, sino
que se acercaron a la mesa de votación movidas por su propia voluntad y
conciencia, manifestando su aversión al uribismo, a la corrupción, a la
impunidad y demás prácticas que han caracterizado el sistema político nacional.
Es decir, que hay un elevado número de electores susceptible de canalizar hacia
otros propósitos con más conciencia ciudadana y mayor sentido de lo público,
siempre que se aplique el liderazgo adecuado.
Se
reitera la cultura caudillista de nuestro medio. La campaña se hizo agitando
nombres de personas y la gente no votó con base en el programa de gobierno sino
en la persona. Pero es un inicio que una conducción social apropiada puede
transformar para que sean las organizaciones políticas y las propuestas, las
que en el futuro motiven el voto de los ciudadanos. Igualmente se puede
deducir, que la gente quiere el cambio, pero que un candidato proveniente de la
vieja izquierda del siglo pasado, probablemente no puede ser, aunque tenga
mucho carisma, porque da el papayaso para que le monten la guerra sucia. De
otro lado, los hechos del Partido Liberal, donde las bases se rebelaron contra su
jefe y fueron consecuentes con las bases ideológicas del partido, también es un
hecho que se debe analizar y todos esto, más otras situaciones, constituyen los
argumentos para prever los cambios poselectorales.
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