Desde hace un cuarto de siglo, cuando por vía constitucional se
sentaron las bases jurídicas para implantar el régimen político de la
Democracia Participativa, el país en general y principalmente en la esfera
académica, se viene agitando la queja sobre la debilidad del componente social
del engranaje político, donde debe primar la co-gestión de políticas públicas
con responsabilidad compartida entre el Estado y las organizaciones sociales,
queja esta que surge porque en el lado de la sociedad, la organización de las
bases no es la más adecuada y por el lado del organismo oficial, no se aprecia
la voluntad política para propiciar el fortalecimiento. Pero, ante todo, la
democracia participativa no ha funcionado a pesar del piso jurídico que existe,
por la falta de un liderazgo apropiado. En los escenarios académicos se reitera
la crisis de liderazgo que existe en Colombia en todos los niveles y se resalta
el efecto de esta debilidad en la participación social para la construcción del
nuevo país que se prometió en 1991.
Hoy, por supuesto, mucha agua ha corrido por debajo de los puentes y
los cambios en el escenario global y particularmente ocurridos en Colombia por
evolución de los procesos políticos, relievan con mayor énfasis la importancia
de fortalecer el liderazgo social, si se quiere aprovechar las condiciones
favorables que, por lo menos en teoría, están disponibles para afrontar el
devenir histórico. Pero también nuevos acontecimientos de descomposición social
ya han aparecido en contra de las aspiración y sueños de las comunidades
populares. Ahora lo que se ha fortalecido no es el liderazgo popular, sino las
fuerzas oscuras de la violencia que pretenden imponer a la fuerza y con
mecanismos criminales, los intereses de las élites de poder que siempre han
manejado el país.
Son aterradoras las cifras que han publicado las ONG veedoras del
fenómeno. Durante el último año en el Departamento del Cauca han asesinado veintidós
(22) dirigentes populares ocupando el primer lugar, con segundo lugar de Antioquia
con 10 y Norte de Santander con 6, seguido de Nariño y Valle del Cauca. Uno (1)
que fuera, ya es una cifra muy alta.
El interrogante obligado es entonces, de qué sirve el propósito
constitucional de construir el régimen político de la democracia participativa con
intervención conjunta de las dos partes, el Estado y las organizaciones
sociales, si para que haya participación se necesitan líderes sociales, cuya
carencia es bastante reconocida, pero si quienes asumen el rol en sus
comunidades son asesinados por las fuerzas del mal. Parece que está condenada
Colombia a la imposibilidad de sentir la democracia y permitir la construcción
de políticas públicas de manera concertada bajo los cánones de la gobernanza,
por culpa de los violentos que no toleran la defensa de los derechos y que con
sus prácticas criminales están llevando a la castración del liderazgo social.
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