Hace más de medio
siglo, les tocó llevar del bulto a los campesinos. Los pobres por supuesto;
porque los terratenientes casi no se perjudicaron, cuando desde la CEPAL se
introdujo en Colombia el denominado modelo de desarrollo de “Industrialización
por sustitución de importaciones”, que no era, ni más ni menos, que la llegada
de las empresas multinacionales principalmente de USA, a disfrutar del mercado
nacional debidamente protegido por el Estado, quien además, suministraba la
infraestructura, los servicios complementarios a las empresas y también era
socio en la inversión de riesgo. Fue la época en que se gestaron cuatro
factores propicios para el desarrollo del caldo de cultivo que profundizó la
violencia en el sector rural, que hoy todavía el país padece: privilegio
estatal del sector industrial con el consecuencial abandono del sector
agropecuario; amaño de la vocación guerrillera que existía desde años atrás
formada por los grupos liberales; ilustración del ejemplo del caso cubano y
concentración de la inversión urbana en cuatro ciudades a conveniencia de las
multinacionales. Obviamente, pasados los 20 o 30 años de la vida útil de la
inversión fija, ya terminado el retorno del capital y modificadas las condiciones
de la economía mundial que dieron origen al modelo neocolonial, las empresas
extranjeras se marcharon y al país sólo le quedó el desempleo y la violencia
rural.
Ahora, en el
segundo decenio del presente siglo, ante el afán del gobierno Santos de meter a
Colombia en el club del capitalismo salvaje, vino al país una misión de la OCDE
y después de dos años de análisis, el señor Ken Ahs de esa organización
presentó el informe de recomendaciones o sea de las medidas que el sumiso y
arrodillado gobierno colombiano debe aplicar, si es que quiere que le den
entrada a ese selecto grupo de países que mucho beneficio les produce a los
ricos especuladores internacionales del dinero.
Por supuesto, las acciones que recomienda la OCDE no
son pensando en los intereses de los campesinos, sino en las conveniencias del
capitalismo financiero internacional, por lo cual la política rural que de ese
paquete se desprende no es ni más ni menos, que la fuerte penetración del
enfoque neoliberal al campo colombiano. Paquete de medidas que no responde de
manera consecuente y pertinente a los requerimientos y condiciones específicas
de la realidad nacional, sino a las recetas internacionales que se acomodan a
la disminución del gasto público, al aumento de los ingresos fiscales y al
mejoramiento de las condiciones para que las multinacionales lleguen a explotar
para su beneficio, nuestros recursos naturales. Como cambió el sistema
económico mundial y con ello la realidad del mundo, también tiene que cambiar
el sector rural para lo cual se deben adoptar las fórmulas que después de medio
siglo, nuevamente darán duro golpe, otra vez a los campesinos.