Nos recordaba Eduardo Sarmiento en su columna dominical que
el Banco de la República cumplió 90 años la semana pasada y hacia un balance de
su papel en la economía colombiana, destacando varios de los episodios de la
historia económica donde el banco ha intervenido como rector de las políticas
monetaria y cambiaria. Pero no señaló el columnista uno de los acontecimientos
más relevantes donde dicho organismo es protagonista.
Por lo general los bancos centrales son un instrumento
fundamental en el ejercicio de la soberanía de los Estados; pues así como las
fuerzas armadas se utilizan para proteger las fronteras y ejercer la autoridad,
el banco era el principal instrumento para regir la economía y también ejercer
la autoridad. Pero en 1991, de un pupitrazo, le arrebataron el banco de las
manos del Jefe de Estado para colocarlo de rodillas al servicio del capitalismo
financiero internacional, con la tarea primordial de salvaguardar los intereses
de los rentistas especuladores.
Anteriormente, a través de este Banco el gobierno
intervenía en la economía y orientaba los procesos monetarios y cambiarios de
conformidad con las políticas de desarrollo. Para promover el empleo a través
de la ampliación de la demanda agregada el gobierno dictaba medidas que el
organismo ejecutaba de manera obediente y así había fomento económico y empleo.
Pero con la supuesta autonomía del banco, se disminuyó la capacidad del
gobierno para direccionar la economía y con la fijación de la función básica
del organismo por la vía constitucional, se colocó al servicio de los
especuladores internacionales del dinero mediante la tarea principal de frenar
la inflación para que la renta fija de los papeles que ellos compran, no se vea
deteriorada por la pérdida de poder adquisitivo de la moneda. Y con el traslado
al mercado de la función de fijar el precio de la divisa, el gobierno perdió la
capacidad de proteger el aparato productivo frente a los ataques de la
globalización y los tratados del libre comercio.